Carola tiene seis años. A Carola le gustan los espejos. Imagina que están habitados por seres que, al ponerse una delante, toman su forma e imitan sus gestos, sus movimientos; la interpretan. Cómo le gusta buscarlos detrás de su fingido reflejo. Pero es imposible sorprenderlos en un error, un desliz. Su madre, que hace tiempo dejó de ser niña, piensa que su hija es vanidosa. Qué poco recuerda de espejos – y de armarios donde hay universos, y de bajíos de camas que se anegan de sospechas, entre tantas otras cosas -.
© Marcelo Wio
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