Un trueno subrepticio ocasionó un cortocircuito – el chispazo fue harto elocuente – en algún punto oculto por los nubarrones casuales. Dicha avería, a su vez, dañó – evidentemente – alguna cañería, porque ipso facto comenzó a caer agua a lo tonto y a lo loco.
Ahora, en este país en el que la ineficacia, la imprevisión y la incompetencia parecen estar sancionadas por ley:
- ¿Quién va a subir ahí arriba a arreglar el desperfecto?
- ¿Quién va a subsanar el de aquí abajo?
- ¿Cuándo se prohibirán, de una vez por todos, los truenos, considerando que son harto conocidos los efectos en cadena que provocan?
Mas, qué puede surgir de esa destilería de ideas chuecas que es nuestro Parlamento.
¿Acaso ha escuchado usted que truene en los países del primer mundo? Claro que no. Allí, donde las cosas se hacen de manera seria, no sufren los infortunios de lo predecible.
Mientras tanto, ya escucho fragores por el Este.
© Marcelo Wio
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