Evocó el verano tan rutinariamente como siempre – con el alivio de saber que muchos de los recuerdos ya habían prescrito y que su carga emocional había perdido la capacidad de actuar de manera diferida sobre el centro del remordimiento, tan activo en él. Por fin la noche se comió las imágenes, y a él y a ella y a las ansias necias de recuperar lo incierto de lo acaecido y tantas veces rememorado por costumbre o reflejo. Se dejó caer en el inevitable precipicio de las edades, sin voluntad pero sin resistencia; entregado a la hostilidad del tiempo: a su resuello monótono y perenne, su roer mecánico, apático; querella de las horas grávidas de dehoras.
© Marcelo Wio
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