No llegamos a vernos
como tantas veces
nos habíamos prometido
por carta o telegrama o papelitos soltados al azar
del Mistral: parrafitos breves
para ni siquiera llegarnos
a conocer levemente.
Nos desencontrábamos en Berlín
o donde tocara
porque siempre íbamos tras un rastro que creíamos nuestro
pero que era de otros – ¿lo intuíamos, entonces? –
que, acaso, anduviesen extraviándose
igualmente en otras ciudades.
Ahora, agradezco no haber llegado
a verte, para no tener que recordarte: apenas
una posibilidad que es como cualquier otro
condicional: por ejemplo, haber coincidido
con la mujer cuyo destino podríamos haber andado usurpando – y tú,
con el hombre de esa imposible pareja – y habernos
confundido creyendo que eras tú – y yo – y el destino.
© Marcelo Wio
Dejar una contestacion