Publicado originalmente en Kaiser Magazine
Se dice que Galileo Galilei dijo que las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios escribió el Universo. Y si una de las palabras, o de las escrituras trazadas es el fútbol, no es de extrañar que las matemáticas se encuentren entre los renglones que, de tanto en tanto, un regate se anima a torcerle la caligrafía a Dios.
Pero, ¿cómo se entreveran números y picardías, geometrías y piernas; cálculos y espontaneidades?
¿Qué más nos estaremos perdiendo cuando Messi gira la cadera y arranca hacia el lado contrario? ¿Qué más nos estará vedado de esa escritura? ¿Y qué, incluso, le estará vedado a la escritura misma?
Como sea, y según decía el poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson, “a los hombres les encanta maravillarse; y ello es la semilla de la ciencia”… y del fútbol. Y quizás éste último sea una burla de la ciencia, un exhibicionismo sutil de la pluma que escribe al mundo, y que nos inscribe en él.
Tal vez algunos de estos interrogantes, de estos motivos –si es que acaso califican como tales– hayan llevado a un futbolista a estudiar matemáticas, o a un matemático a practicar el fútbol. Pero no cualquier futbolista, ni cualquier matemático. Sino uno que brillara en ambas disciplinas.
Como fuere, en la Dinamarca de finales del siglo XIX, la escritura y el fútbol se confabularon en una casa, en un nacimiento (22 de abril de 1887) más precisamente: el de Harald Bohr.
Bohr fue un destacado matemático, que es recordado por su teoría de las funciones casi periódicas (que son útiles, por ejemplo, para el estudio de las órbitas planetarias –los planetas no siguen exactamente el mismo camino alrededor del sol cada año-) y por el teorema de Bohr-Mollerup. Pero en Dinamarca su fama –al menos en un principio– no tenía nada que ver con las matemáticas.
Como miembro del selección danesa de fútbol, Bohr, que jugaba de defensor, obtuvo la medalla de plata en las Olimpíadas de 1908 en Londres, luego de perder en la final contra el anfitrión por dos goles a cero. En las semifinales, Dinamarca había derrotado a Francia por un histórico 17 a 1; mientras que en el partido de apertura, lo había hecho por 9-0 al equipo francés ‘B’ -en el que fue el primer partido oficial de la selección danesa-.
Sin duda alguna, aquel fue un logro de suma importancia para el fútbol (y el deporte) del país nórdico.
A tal punto, que según contaba Harold P. Boas en su artículo titulado The Football Player and the Infinite Series (El futbolista y las series infinitas), en la disertación doctoral de Bohr (1910; Contribuciones a la Teoría de Series de Dirichlet), la audiencia estaba compuesta mayormente por seguidores de fútbol.
Bohr había debutado en el Akademisk Bokdklub –club que, en sus inicios tenía un requisito de inscripción: haber realizado el examen de ingreso a la universidad o a un centro politécnico- en 1903 con 16 años, donde jugó junto a su hermano mayor (que era portero), Nils Bohr –premio Nobel de Física en 1922 por su investigación sobre la estructura de los átomos.
Los tiempos, suele decirse, han cambiado. Ahora el fútbol está altamente profesionalizado, y no podría competirse a un alto nivel a la vez que se realiza a una carrera universitaria brillante.
Pero, más allá de esto, no es de extrañar que los hermanos Bohr confluyeran en el fútbol y las ciencias. Un artículo del New York Times (9 de abril de 2012) señalaba que “un nuevo estudio informa que los jugadores de fútbol tienen funciones ejecutivas superiores”, es decir, “los procesos cerebrales responsables de la planificación y pensamiento abstracto. Y cuanto más de élite más el jugador, mejor son estas funciones”.
Algo nada llamativo, si uno piensa en la abstracción geométrica y temporal para calcular en un instante exiguo los posibles movimientos del rival, para encajar el propio entre los recovecos de la circunstancia, en la que el fútbol deambula de instante en instante, cada uno la incertidumbre del siguiente… Excepto para algunos talentos que parecen predecir o calcular el segundo siguiente.
Y tal vez allí, en la zaga del equipo danés, Harald Bohr, viendo cómo el marcador en la semifinal olímpica contra Francia crecía como una serie de goles que no parecía tener fin, se inclinara por las series matemáticas infinitas… A saber.
Quizás haya en el fútbol una oportunidad de ver aquello que se le escurre a la axiomática, a los signos que pretenden describir, precisamente, lo esquivo; lo que, de tanto en tanto, por una picardía del destino, o de un número primo, se deja ver en un campo de fútbol.
© Marcelo Wio
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