
En algún lugar de la mancha hay un resquicio que, acaso, permita intuir una lectura, una exégesis. Aquí, entre esta componenda de celulosas y humedades secadas. Aquí, bajo el zumbido insistente del molino que ya no muele, que adorna un paisaje abandonado: como debajo de este misma negligencia de tinta que oblitera la comprensión o la posibilidad de recordar algo, acaso este molino, que zumba un aire espeso como zurrón.
Creo haber leído el texto, alguna vez, pero no puedo recordarlo – ¿o no quiero, y así, fui yo mismo quien volcó la tinta en el corazón mismo del texto?
Decía una historia que aún no ha sucedido. Narraba una exigencia, o una recomendación para adentrarse en una circunstancia diferente – ¿ser otro? Pero, ¿quién?
Tal vez su contorno permita inferir alguna característica de su contenido: su extención parece reducida para haber contenido directrices sustanciales. A no ser que en dicha porción del texto se repitieran algunos de los nombres que, dicen, develan la verdad que se esconde detrás de las verdades que componemos para esconder nuestra ignorancia de nosotros mismos.
Una lista de la compra precedida y seguida por ideas trilladas e inútiles, según mi esposa, Elvira. Eso ha quedado enterrado.
Quiero creer lo que me dice Elvira – en el fondo, sé que es así; pero no quiero creerlo para darme cierta importancia… para darle a mi ocio, cierta importancia.
Una topología de la mancha no refeljaría nada. Y la posibilidad de removerla sin alterar lo subyacente, sólo evidenciaria el zumbido del molino que no muele, las horas que tendría que combatir con otros misterios que manchen las preguntas que podría terminar hacéndome: ¿Qué hacemos, Elvira y yo, aún aquí? ¿Qué propósito cumple la rueda de piedra sobre la piedra: lo mismo sobre lo mismo en un movimiento inútil, sobre sí mismo, en sí mismo, contra sí mismo?
Volcaré más tinta, antes de que estas preguntas que he terminado por formularme, arraigen sus quistes.
En algún lugar de la mancha existe un punto, una condición, que determina el enchastre con ínfulas de desconocida criatura marítima. En el pecho renegrido, inchado de tinta e intención; allí, confundido con los otros, se disfraza la primer fragmento de tinta, la mínima porción posible de enchastre que configuró el territorio.
Partiré desde cada extremidad para hacer el camino inverso: mil veces por cada extremo hasta reproducir el evento inicial más probable… Apocatástasis que conlleva el peligro de llegar al momento exacto en el que yo mismo me derrame para llegar a este instante.
© Marcelo Wio
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