Publicado originalmente en Ni más ni menos
¿Esta es la lista de jugadores?, preguntó por enésima vez, incrédulo, Bianccutti, el técnico, a Lambruscio, su ayudante. ¿Estos son los titulares? ¿Éstos?, miraba la lista como buscando una trampa, un engaño de tinta. Los apellidos que figuraban allí eran inverosímiles: ¿A quién se le ocurría poner a los suplentes en una semifinal? Y además, esos suplentes… De una… mediocridad sin atenuantes, casi ofensiva. ¿Esto es legal?, preguntó, también por enésima vez, Bianccutti. ¿Un arquero puede jugar de nueve? ¿Qué carajo es esto?
Es lo que hay. Ya la presentaron; y no pueden dar marcha atrás, repitió por enésima vez, Lambruscio, intentando convencerse élmimo, más que explicar algo que no tenía ni pies ni cabeza. La pregunta, continuó verbalizando, no es si se puede o no, o si están en pedo o no. La pregunta es, ¿qué hacemos nosotros?
Les metemos un 2-3-5…, aventuró Bianccutti, buscando el apoyo de Lambruscio. Ambos estaban desconcertados, adentrándose, inseguros, en un terreno desconocido. ¿Por qué el rival hacía lo posible por regalarles el pase a la final?
¿No pueden recular?
No, ya se pasó el plazo…
¿A vos, qué te parece?
Sí, un 2-3-5 o un 2-4-4… Plantearlo de otra manera sería desaprovechar su desatino…
Sí…
Al “sí” ese lo corroía un “pero” callado que era un temor, una desconfianza.
Media hora antes del plazo presentaron la lista de titulares a la federación. Calculaban que debían concebir aunque fuere una mínima sensación de seguridad, de éxito anticipado, incluso, pero detrás de toda conjetura anidaba una desconfianza que iba creciendo irremediablemente.
Bianccutti salió del vestuario antes de que lo hiciera el equipo. Suele salir después; pero esta vez estaba inquieto. Se sentó en el banco de suplentes solo, como si quisiera darle tiempo a esa realidad para que se impusiera a sus sospechas, a ese recelo que había ido agrandándose, indefinido pero casi tangible, como una garúa particular.
Ya estaban por salir los equipos a la cancha, cuando Lambruscio llegó corriendo al banco y se desplomó en un asiento junto a Bianccutti. Nos cagaron, sentenció.
¿Quiénes?, preguntó Bianccutti, intentando prorrogar la duda, posponer el hecho evidente.
Ellos, Bianccutti, ellos; quién más puede cagarnos… Juegan con el equipo titular…
Pero me dijiste que ya no podían cambiar…
Sí. Y no lo hicieron.
Qué carajo estás diciendo, Lambruscio, aclarate un poco que me va a dar algo…
El día anterior a la presentación de las lista se cambiaron nombres y apellidos en el registro civil. Todos son mayorcitos así que pueden cambiarse el nombre si eso los hace felices. Y eso es lo que hicieron. Se cambiaron el nombre, Bianccutti… Se cambiaron el nombre…
Nos cagaron…
De lo lindo; como desde arriba de un puente…
¿Qué hacemos?
Salir de acá, ya mismo, como quien no quiere la cosa, y cambiarnos de nombre…
Hablo en serio, Lambruscio, carajo – a Bianccutti ya no le quedaba tono imperativo en las cuerdas vocales.
Lo digo muy en serio…
© Marcelo Wio
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