Contra el movimiento centrífugo

Hace unos días. Dos o tres. Acaso cinco. Digamos una semana, para imponer un marco temporal razonable, fácil de recordar, consuetudinario (un quantum de días). Hace una semana, pues, comencé a construir parte de la causa para este hoy sin mayores consecuencias: descubrir lo evidente, que a eso dedico ahora mis horas. Mas, no es tan simple como podría parecer en un principio. Lo manifiesto viene huyendo de la humanidad con una agilidad y eficiencia que te la garanto, hermano.

Así pues, como aliados en la estupidez o la tozudez o la valentía, andamos: mi reflejo, mi eco y yo. Fingiendo distracción, desinterés: la argucia única, suponemos, para dar con una irrebatibilidad. Andamos como pateando restos de otoño en cualquier estación, sin translucir que uno anda con la intención afilada para reconocerle la debilidad de la intención a todo, para ganarle una ventaja a la circunstancia.

Andamos haciendo de cuenta que no andamos; haciendo de cuenta que todo nos queda por encima: la mesa, el futuro, la profesión, el cielo. Todo: imposibles. Y mientras lo evidente se desentiende de nosotros, vamos integrando nuestra presencia en su territorio cada vez más, hasta convertirnos en algo indiferenciado de su esencia: un punto sin centro, una explicación irrebatible, un caramelo en el bolsillo del abrigo de la abuela: una manija para detener este centrifugado.

 

© Marcelo Wio

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