Breve commento sulla flatulenza

“Whizzing & pasting & pooting through the day . . . (Ronnie helping Kenny helping burn his poots away!) And all the while on a shelf in the shed: Kenny’s little creatures on display!

Ronnie saves his numies on a window in his room (A marvel to be seen: dysentery green) While Kenny & his buddies had a game out in the back: Let’s make the water turn black”, Mothers of invention (Let’s Make The Water Turn Black)

A modo de coartada, excusa o atenuante, podría comenzar el texto diciendo que, precisamente, el texto no es propio, sino que fue hallado en un monasterio en el sur de Francia – pongamos, por precisar la impostura, cerca de Grenoble (y, para no incurrir en demandas por difamación, concluiré allí la concreción – evidenciando, así, inseguridades y cobardías; pero qué se le va hacer). Pero se me ocurrió – palabra excesiva, puesto que denota un carácter de algo enteramente propio. Así pues, diré que el germen de este desvarío que surgió mientras leía el fabuloso libro de Fernando del Paso – recientemente galardonado con el Premio Cervantes -, “Palinuro de México”: todo un multiverso de bolsillo (si este último es amplio, claro está).

En el capítulo que Del Paso titula “La cofradía del Pedo Flamígero”, encontré lo evidente: muestrario de humanidades, la mayor parte del tiempo reprimidas a una soledad auto-festejante. Así que, ¿por qué no escribir un breve comentario de la expiración intestinal; de esa cohorte, retahíla, muchedumbre, columna (a veces, muy quinta, toda ella) de vergüenzas, de negaciones mentirosas, de… pedos, flatulencias, ventosidades, señoras y señores, damas y caballeros que os habéis congregado en esta suerte de espacio cerrado de palabras para catar las vicisitudes de una digestión?

Comencemos por una taxonomía de lo más caprichosa y arbitraria:

A. Según el diccionario de la lengua (que algo tiene que ver, en definitiva, con toda la cuestión digestiva, acomodando la comilona para su trituración molar y conduciéndola a la región inferior para su tratamiento y aprovechamiento) española:

pedo.
(Del lat. pedĭtum).
1. m. Ventosidad que se expele del vientre por el ano.
3. m. El Salv. y Méx. fiesta (‖ reunión para divertirse) [Del Paso, ciertamente, demuestra cómo puede, el pedo, compartido, exaltado, condecorado, ser motivo de celebración]

flato.
(Del lat. flatus, viento).
1. m. Acumulación molesta de gases en el tubo digestivo, a veces de origen patológico.
2. m. Am. Cen., Col. y Ven. melancolía (‖ tristeza) [La psicología trata, efectivamente, cada vez más a menudo, casos de ansiedad por separación]
3. m. ant. Corriente de aire en la atmósfera [se conocen, es cierto, casos de ventosidades – especialmente aquellas producidas por los rigores nutritivos de la Oktoberfest en Múnich (chucrut, cerveza y salchichas; ya me dirá usted) – que adquieren rango de Termosfera].

B. Según su aceptación social: que varía desde el festejo, jolgorio y el elogio; hasta la censura, repulsa, señalamiento y la admonición.

C. En base a cánones filosóficos, los hay (de pedos hablamos, recuérdese) existencialistas (que actúan de forma independiente y responsable; independiente, sobre todo, de las arbitrariedades sociales que los constriñen a una “colateralidad”, a un mero residuo denostable); los hay nihilistas (que, considerando que carecen de valor intrínseco, se niegan a sí mismos disimulándose en la muchedumbre de olores y ruidos, en veredas concurridas, en la dolorosa intimidad de las sábanas sin más presencia que la de uno mismo); los atomistas (mayoría ruidosa que considera al universo constituido por mínimas partículas indivisibles denominadas “flatus” – en la Grecia anterior a Tsipras – se adoraba al dios de los “vientos”, Eolo – en realidad, una deformación latinizada de É Lolo: “es Lolo”, un pedorrero de Kalamata, famoso y admirado por su capacidad de modificar los vientos); y muchos otros más que compendiaré en un conveniente etcétera.

D. Según las definiciones militaristas, los hay de trinchera (con un instinto agresivo retenido en la dudosa seguridad de lo mínimamente subterráneo), infiltrados – tras la líneas enemigas – (habituales en los cócteles y demás reuniones sociales; es silencioso y suele crear desconfianzas mutuas entre pequeños grupos de dialogantes; habitualmente utilizado durante la guerra fría en reuniones diplomáticas para socavar alianzas); de efecto retardado (sus componentes se activan tiempo después de haber sido desplegado); etcétera.

F. Ofreceremos una última taxonomía: la física – aunque no es, ni mucho menos, el final de una lista que se ramifica hasta lo indecible. En este campo, los encontramos (a los flatos, claro), fractales (en tanto su intensidad perdura de manera obstinada e idéntica, a menor escala, alargándose a un recuerdo olfativo infinito); astrofísicos (el ‘agujero negro’ que se traga conversaciones, relaciones sentimentales y familias enteras).

Y prosigamos con una de las propiedades más llamativas (y entretenidas, por qué no) del pedo, flato o ventosidad: su inflamabilidad.

La química de los flatos puede ser resumida en los siguientes elementos principales: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, acido sulfhídrico y metano. Y es, justamente este último compuesto, el que le confiere la propiedad de la ignición a la expiración intestinal.

El metano es el hidrocarburo saturado de cadena más corta que existe. Su fórmula química es CH4, en la que cada uno de los átomos de hidrógeno está unido a un átomo de carbono a través de un enlace covalente. Y es un gas (incoloro y no polar) extremadamente inflamable.

Pues bien, Palinuro, en el mencionado capítulo escatológico, le explicaba a su primo que los pedos son, precisamente, inflamables: “… se encienden, se incendian, son devorados por las llamas”, y “por lo mismo que son inflamables, son luminosos”.
El primo, escéptico en un principio, se entregó a la contienda de ventosidades, que le resumió a su prima Estefanía de la siguiente manera:

“No sabes, Estefanía, la cantidad de batallas y escaramuzas que libramos Palinuro y yo en la intimidad de la noche, la de refriegas, torneos y justas. No sabes, tampoco, la infinita variedad de colores, luces y formas que se desprendieron de nuestros cuerpos. Hubo pedos tornasolados, cambiantes como la luz zodiacal, pedos cóncavos y prietos, pedos rectilíneos y filosos, pedos añejos, pedos extravagantes, pedos incendiarios que hacían repicar las alarmas”.

Para tales batallas de emisión, por así decirlo, decía el relator que Palinuro adoptaba la apariencia y la pose de Le Pétomane.

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El marsellés Joseph Pujol (nacido en 1857) – apodado Le Pétomane (“el pedorrero”) en el ejército, debido a sus trucos con flatos, claro está – había descubierto en su infancia su capacidad para controlar el movimiento abdominal, lo que le brindaba la habilidad para aspirar aire por el ano para lanzarlo posteriormente, produciendo, incluso, distintos sonidos.

A los treinta años, y bajo su nombre artístico, se presentó en Marsella con su espectáculo gaseoso. El recelo inicial pronto se tradujo en éxito; al punto que se presentó en el famoso Moulin Rouge.

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Le Pétomane no es una excepcionalidad – sí, muy probablemente, en cuanto al domino de las ventosidades – en el mundo del espectáculo.

A fin y el acabo, el cine, entre sus muchas funciones, cumple también la de registro de del pasmo ante la química corporal interna: desde la película “Stroszek”, de Werner Herzog; pasando por “Fanny y Alexander”, de Ingmar Bergman y la tercera parte de “Shrek”; hasta la película “Jack”, con Robin Williams.

El hombre, tal como constata la antropología y la historia, ha buscado, efectivamente, constatar – y en el proceso, asombrarse de – las capacidades que anidan en su ser. No sólo de aquellas más “elevadas”, como la inteligencia y el mero ingenio, sino con aquellos subproductos de la maquinaria interna que lo hace perdurar lo que le toque en suerte.
Y, acaso sea esta capacidad de fascinación con lo cotidiano, con lo propio; esta capacidad de redescubrimiento casi infantil, la que nos permita subsistir entre tanta idolatría de lo vano, de lo superficial (y exterior). O quizás sea una muy buena excusa para ser un poco vulgares y reírnos de ello.

Por las dudas, cuando vaya en un elevador, por ejemplo, no censure un descuido odorífero. Piense, más bien, en alguien que se maravilla de su organismo. Y, si no, piense que no todas las digestiones son iguales, y no todas las capacidades de retener están tan bien entrenadas.

Como sea, por qué no prueba a encender, en lugar del puro exclusivo o la hornalla evidente, un flato incluyente, en casa, con la parentela. ¿Si tales eventos han sido filmados por Herzog y Bergman, ni más ni menos, por qué no habrían de ser practicados en el hogar como método de divertimento, de cohesión familiar?

(Advertencia: por si las moscas, tenga un extintor a mano)

Y quizás, en un futuro no tan lejano, se pase del “¡Se ha tirado usted un pedo!” admonitorio, al “¡Qué pedo más soberbio!” encantado, o incluso, a desacuerdos por la autoría de un señor flato. Acaso, entonces, lleguemos a ser algo más seguros de nosotros mismos; a la vez que menos desaprobadores y censuradores de los demás. A saber la cantidad de desaguisados psicológicos que se evitarían…

Pero, me temo, que para eso, falta. Así, que, por el momento, habrá que proseguir maquillando y disimulando los despojos gaseosos entre la muchedumbre de posibles culpables o, por ejemplo, con el ruido del caño de escape de automóvil.

© Marcelo Wio

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