Alzheimer

 

En la oscuridad, nada tienen los ojos para elaborar referencias ni recuerdos. Hay, apenas, un fuerte olor a humedad envejecida que colma y disminuye al olfato.

Sólo quedan, rebotando por los pasillos, con un dejo de irrealidad metálica, las voces o los ecos de los sonidos que en otro tiempo probablemente fueron parte de la entonación de unas palabras, de unos significados.

Resonancias que pudieron haber sido un grito o un odio o una impotencia o el diálogo entre aquello queda después de la presencia de los hombres. Vibraciones que pudieron haber sido algo más, en su origen, pero que ahora, y desde esta celda, son como los restos indiferenciados de un naufragio.

Yo mismo, ya, uno de esos vestigios sin identidad. Varado en una poza a orillas del olvido de las propias mareas.

Se me ha ido vaciando la memoria. Apenas si recuerdo algunos problemas de ajedrez, que intento retener con todas mis fuerzas, repasándolos una y otra vez, como si eso bastase para retener el vínculo con las cosas y las horas. Pero las piezas comienzan a confundirse unas con otras, a difuminarse, como si se gastaran o como si la cinta cinematográfica a la que pertenecen se fuese quemando.

Los ecos que viajan por el pasillo… ¿Hará cuánto rebotan las últimas reminiscencias de presencia? Sólo eso va quedando… La humedad y las paredes devoran los ruidos de mi cuerpo; y terminarán por digerir esas trazas de precedencia.

Olvidado. Y olvidado de mí. Vacío: esta voz que me queda, y que piensa sin mí, lo confirma – el vacío no puede existir sin una existencia que de testimonio del mismo.

Había algo que denominaba pasado, que iba y venía como un flujo turbulento, reescribiéndose. Pero no ha vuelto. Quizás nunca existió. Quizás siempre he sido presente sin contenido: un instante. Pura oscuridad y aislamiento; con una vaga sensación de derrota, de humillación.

He intentado recordar. O algo similar al acto de rememorar: buscar causas. Causa. La razón para esta circunstancia a la que estoy unido. Mas, no he podido salir de estas paredes. No he podido recordar siquiera qué es el tiempo. Mucho menos, cómo se utiliza para desplazarse dentro de uno mismo.

El aposento no es más que duración sin tiempo; por fuera del tiempo – aunque muy probablemente, por dentro de mi territorialidad.

Ya no soy. Soy, apenas, eco desvaneciéndose; consumido por el vacío que, así, también va agotándose.

 

© Marcelo Wio

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