Aborrecimientos III

Abomino de quienes mastican como si utilizaran la boca como un amplificador de sus incíviles atavismos y el alimento y la masticación como un método primitivo para enviar mensajes elementales – sobre todo, aquellos que tratan sobre el estado del tiempo y alguna que otra brutalidad compartida.

Quizás los dientes, cavilo – en las ocasiones en que tales especímenes de humanidad tienen a bien compartir su rumiación ante mis nervios -, sean órganos que no todos deberían llevar (así como no conviene que cualquier pelafustán porte un arma de fuego). Después de todo, con tanto avance en el ámbito de la alimentación, cada vez más alterado pienso (si es posible tal cosa), quizás se podría evitar la torpe trituración que practican algunos (y la zafia deglución, tanto de los materiales burda y estruendosamente mascados, como de aquellos de natural líquidos). Imagnino entonces, por ejemplo (atormentado por las hiperbólica y multiplicada trituración), sondas conectadas a un pequeño dispositivo que puedan llevarse en disimuladaas en bandolera debajo de la ropa, que liberen progresivamente los nutrientes necesarios para el usuario; o también en alimentación en base a batidos (previa ampliación de la laringe y todo el apartaje que intervenga en el acto (sonoro) de tragar – incluso fantaseo con posibilidad de insonorizar dicha región anatómica).

También pienso – más asequible en lo inmediato, menos invasivo en lo físico – en novedosos escrúpulos morales que hagan del comer en público un acto igualmente repugnante al de las evacuaciones corporales.

Luego me voy calmando – pero nunca del todo: la gente traga todo el santo día.

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