Requisiciones

Tomo prestada tu muerte, Horacio. En Buenos Aires, 
dónde, si no; de madrugada. Y, a ti, Homero,
una esquina antigua, una ventana y un terraplén.

Como un puente entre dos orillas que son la misma: el rostro
y su reflejo, la palma y su envés. Horacio y Homero, Santa Fe y más allá
y los silencios del que ni se tiene ni a sí mismo
para escucharse el decir, el dudar.

Tomo prestado tu territorio: las arrugas
de tus calles lunares, subterráneas y suburbanas
donde los olvidos se niegan a consumarse en tapia
y baldío sin identidad: un Vamos Boca, o un Viva Perón trasnochado,
aguantando en una pintura de insistencia y carie.

Tomo prestadas las formas de irse de ciertas dignidades: la tuya,
principalmente, Maga - ¿eras vos, a las cuatro y tantas por Ramón Carrillo?
O más bien, las sigo, seducido, amarrado a la imagen
de esa lacia negrura que perdió el nombre, pero no el vaivén delicado,
ni la perseverante partida.

De vos, Enrique querido, tomo unas pocas primaveras
que consienten dos o tres esperanzas de latón
y brillo breve, como el de las promesas que suelen adherírseles.
Ya sabes, “mil tangos”, para batallar el frío y el hastiado viento
de otras bocas, de otros besos.

Permítanme la irreverencia – esta pura palabrita agonizante -,
para cruzar de un día a otro sin mojarme demasiado con esas horas
que caen, todas iguales, de punta;
que los use como un sobretodo enarbolado
a la manera de un toldo, entre la esquina y el portal,
entre un amor y el siguiente. Mañana,
ya desllovido, reintegraré los trozos requisados.

© Marcelo Wio

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