Yo no

Por qué será que la gente le teme y le rehúye al silencio y a la soledad. Yo he vivido siempre entre ellos. De niño – sí, una vez, hace mucho, fue niño, o ese cúmulo de inexperiencias y escasa cronología -, mis padres apenas estuvieron presentes; sólo estaba Ernestina, la mujer que me cuidaba, que era apenas una sombra de una existencia que no había llegado a ser del todo, que apenas si de me decía los mínimos vocablos para comunicarme un almuerzo, una merienda, una sucinta reprimenda. Ernestina era apenas destellos de presencia en alguna habitación, la sensación de un movimiento mudo. Mis padres… ¿Por qué compone ese gesto? Ya sé que lo he mencionado anteriormente, pero la reiteración es pertinente. Decía que mis padres, cuando se hallaban en casa estaban en silencio para concentrarse en sus cálculos o lo que hicieran; nunca llegué a saberlo. Nunca me contaron; jamás me atreví a preguntar. Es más… no recuerdo la voz de ninguno de ellos; ni siquiera recuerdo oírlos hablar entre ellos.

Por ello, la pandemia y las consecuencias derivad… ¿Por qué me mira así? Está bien, son cosa imaginaciones mías; continúo. Todo lo que vino con el virus a mí no me supuso ninguna alteración, porque además de esa biografía adquirida, tengo la otra, la que ejerzo – más o menos independientemente de mis condicionamientos -, y la que me había llevado a ser una vez más el residuo de una relación fallida: Fernanda me había dejado unos meses antes. Cuatro o cinco, o acaso más. No estoy seguro; y no es relevante. O sí. No sé. La cuestión es que cuando anunciaron el confinamiento… ¿Ve? Otra vez ese gesto de… De escepticismo, de descreimiento, hasta de burla. Usted dice que proyecto, que veo lo que quiero ver, o lo que una parte mía quiere… En fin. Si usted dice que era tic, sigo. ¿Por dónde iba? Eso, el confinamiento. Cuando lo anunciaron, para mí fue como si alguien me informara de una redundancia, una realidad tan habitual que no precisaba presentaciones.

Creo que hasta me vino bien. Porque pensaba, ahora todo el mundo va a ver lo que es vivir como vivo yo – porque usted mejor que nadie sabe que resiento buena parte de mi biografía, de mi identidad. Decía todo el mundo, pero pensaba en Fernanda, claro. Pensaba sin pensar. Hasta una mañana que alguien golpeó en la puerta. Un golpe como de niño indeciso. Como hecho al pasar, si querer. Abrí la puerta – sabiendo que no podía haber nadie – y Maula, mi gato, estaba… no sé si decir crucificado: unas ramas indignas lo cruzaban como si alguien hubiese tenido la intención de escenificar un ritual, un mensaje. Ni cuenta me había dado que no estaba en casa. ¿Desde cuándo faltaría? Comencé a dudar si no se lo había llevado Fernanda. No, imposible, ella lo detestaba. Entonces comencé a pensar si Fernanda no lo habría ensartado al pobre bicho. ¿Pero cuándo se lo llevó? Tendría que haber entrado en el departamento. Y no había rastro de su presencia – y conocía harto bien sus aromas. No, el gato había salido por detrás, por el pulmón del edificio. Aunque, nunca lo hacía. Y, además, a dónde iba a ir. Metí al pobre gato en la basura y lo tiré sin mayor ceremonia.

Pero me quedé pensando. Y las ideaciones – como usted las llama -, siempre me llevaban a Fernanda, hasta que estuve seguro de que había sido ella. Pero para qué, si ni el gato ni yo le interesábamos. Me levanté en mitad de la noche, incapaz de dormir, para distraerme con la televisión. Pero, ya sabe, cuando la cabeza se dispara de esa manera, no hay forma de pararla. Entré en mi correo electrónico, convencido de que iba a encontrar un correo de Fernanda que aclara esa agresión por interpósito animal. No había ningún mensaje suyo, únicamente uno mío. ¿Qué me habré enviado esta vez?, me pregunté. No recordaba haberme enviado nada. Suelo, como ya le he contado, mandarme recordatorios, o títulos libros que me interesan, una suerte de archivo, si quiere, de memoria. Nada, digamos…, desquiciado. Pero esta vez, me había escrito a mí mismo: “Cuidado con lo que haces”. No es una frase que uno no se diga de tanto en tanto, pero así, enviársela a uno mismo por correo electrónico, ese es otro cantar. Máxime, cuando uno ni siquiera de acuerda de haberlo hecho. Y menos que menos, a cuento de qué se advertía de tal asunto… No tuve tiempo de preocuparme en ese sentido, porque enseguida Fernanda se hizo presente: ella me había hackeado la cuenta y me estaba intentado desequilibrar. Siempre supo, como esos que hacen reiki o como se llame, o acupuntura, estimular los puntos que me alteraban el carácter… ¿Qué? ¿Cuándo le mencioné esto? No recuerdo, sinceramente… Pero déjeme volv… Qué quiere decir con que estoy cambiando la historia; es la primera vez que le cuent… Yo no me inventé ninguna pandemia, mire las noticias… ¡Pero qué dice! ¡¡Yo no le hice eso a Fernanda1! ¡Eso se lo hizo ella o alguien más a mi gato! ¡¡¡Nooooo!!! ¡Inyección otra vez nooooo!!! ¡Hijos de puta!… No… yo… no… llame a Fernanda… llámela… ella le va… decir… yo no… le hice… eso… llámela… va a ver… no está… muerta…

© Marcelo Wio

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