Tótem

 

Llegó una madrugada brava. Aquella esctructura gigantesca y fría, sin propósito discernible. Llegó sola. Empujada por una tormenta sin particularidades. Arrastrada por esas corrientes que el mar mezquina a la vista. La dejó, el mar, entorpecida en un banco de arena. Los metales oxidados erigiéndose como un homenaje a alguna desemesura. Si entonces, los que la vimos por primera vez, en esa playa apartada, no hubiésemos dicho nada; y hubiésemos comenzado la labor tediosa de desarmarla. Pero no hicimos. Y dijimos el hallazgo. Y cuando luego propusimos quitar aquella monstruosidad de allí, ya era símbolo para muchos. De una fe abstracta que habría de ir creando sus fundamentos y sus promesas a medida que los creyentes aumentaran en número y apasionamientos. Para entonces fue imposible siquiera sugerir desmontar aquel horrible despropósto de metales e ingenierías: las herejías, siempre, se pagan muy caras: son los cementos primeros para asegurar fidelidades, para patrocinar la incondicionalidad; la sumisión.

 

© Marcelo Wio

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