Tan nuevos

 

Eran tan nuevos. Con sus pieles sin fertilidad ni huella. Sus dedos sin tacto. El aroma de la leche cuajada aún en la comisura de sus bocas. Sus miradas aún sin luz: viajando las formas aún desde los extremos de la creación, juntando el polvo disperso, combinando los elementos y las apariencias. Nuevos, en esa exploración devota de sus contornos y los vacíos como humaredas entre ambos: creando los conjuntos infinitos que contuvieran las fugaces intersecciones que los vincularan más allá del roce.

Se ligaban y desligaban como deslizándose sobre ellos mismos y a través de las edades sin tiempo. Destilaban sudores sin olor ni color ni consecuencia: viscosidades, apenas, para violar la fricción que ya andaba urdiéndose; para mantener un movimiento perpetuo: sin calor, sin evaporaciones. Conversación de los estados de la materia: aprendizaje de transformaciones, y usufructos de los caldos y las suspensiones.

Demasiado nuevos para ejercer la inocencia o la sensualidad. Súbitos impulsos de necesidad o entropía: reflejos de traslación: rudimentos de una danza gravitacional. Demasiado nuevos para darse cuenta de que se iban deshilachando en cada caricia: células confundidas de territorio, que quedan llenas de desidentidad.

Revueltos. Naciéndose el uno endel otro y volviendo a desnacer en los confines de esa ajenidad íntima: dialéctica de los orígenes que no pretenden resolverse en una materialización, sino prolongar esa indecisión como de mareas y protozoarios empedernidos.

Nuevos. Sin el desgaste de los miedos y las melancolías. Sin despedidas. Sin pecado ni otoño, ni la atroz y funesta falacia de la esperanza.

Mucho más nuevos que el más allá, que la sola idea de un ayer, que la fatiga de nombrar instantes: todo tan ahora aquí uno sobre otro o varados cansados uno al lado del otro vinculados por las babas de la necesidad. Y de pronto, como si a alguien se hubiese propuesto crear una humanidad distinta, disminuida, un desprendimiento y un alejamiento como precursores de la distancia (y el tiempo), y ésta, de un trozo de territorio y una disputa y un callejón y una traición y un recuerdo inicial y un después preferible, codiciable – vastedad demandante – y una culpa – es decir, una fe. De pronto pieles con mezquindades y avaricias y contagios.

Pero esto sobrevendría luego. Entonces eran más nuevos que los nacimientos. Más nuevos que los elementos que han de desconocerse y rechazarse y desconjugarse e incurrir en la soberbia de la multiplicidad. Entonces, indiferenciados, yacían y se mecían como movidos por una corriente que nacía de ellos mismos. Tan nuevos. Más nuevos que la novedad.

 

© Marcelo Wio

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