Spḗlaion

 

En la cueva no creían más que en sus sombras. Dicen que así, en algún momento. Reunidos allí por necesidad y geografía e inclemencia. Algunos, probablemente, encerrados por percance. Que esas sombras eran todo. Y sus voces. Y el restringido coto de la realidad en aquellas galerías todas tan parecidas. Cuentan que de pronto una luminosidad o una tentación o un hartazgo. Y la emergencia hacia las formas y los matices y las variedades que incluso empezaron a reconocer los unos en los otros. Y comenzaron, sin saberlo, en cada visión particular, a formar una creencia común, que unificaba esas impresiones: el fundamento de una mistificación que, a su vez, convirtió a la cueva en símbolo, en el eco de una narración incierta.

En la cueva, ellos y las sombras repetidas de los fuegos humildes. Dicen que alguna vez. Quizás siempre haya sido intemperie, y versiones y necesidades combatiendo y confabulando mitos y metáforas: para entretenerse, en un principio; mas, posteriormente, engañados por sus recitaciones, postrándose, obligándose, creyendo con golpes en el pecho o donde tocara en esa saga de eminencias y grandezas y las consecuentes muertes en la punta del disentimiento.

En la cueva encontraron rastros de presencia: pinturitas de vida elemental. Cenizas viejas como el olvido. Unos huesos. Restos. Y los presentaron como hallazgos de existencia pretérita. Tantas adivinaciones, mediciones, proyecciones hemos inventado con afán de pronosticación, de anticipación, que somos incapaces de ver el futuro cuando se presenta sin estridencias ni augurios de progreso.

 

© Marcelo Wio

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