Rito futbolístico

Pereira cebó un mate, uno de tantos que ya llevaba cebados. Marito agarró el mate sin mirarlo, sin quitar los ojos de la radio Spica, que ocupaba el centro de la mesa, alrededor de la cual se concentraban también Velazco, Bertoni y Lipovesky, como si participaran de una ceremonia ancestral e ineludible. Marito sorbió el mate de una chupada y lo devolvió adjuntándole un lacónico “frío y lavado”.

“Yo cebo, no caliento el agua ni arreglo el mate”, dijo Pereira.

“Arranca por derecha el vicuña Alvarado, avanza entre tres rivales; Lombardi se acerca para combinar; Alvarado continúa avanzando, le sale un defensor, le pasa el balón a Lombardi…. Pero el volante corta un pase muy anunciado…”, una voz metálica, veloz, oficiante, con algo de ominosa premonición …

“Será pelotudo…”, un hilo de voz, apenas, con una bronca atascada en un nudo, un grumo mínimo y ansioso, Bertoni.

“Qué querés, no tiene ni idea… Él agacha la cabeza y corre y que sea lo que Dios quiera…”, ofreció una exégesis de la desgracia, más analítica, si se quiere, Velazco.

“Es malo, lo sabe todo el mundo, sobre todo él; lo increíble es que Basualdo – el entrenador – lo ponga; para qué carajo lo pone, ¿me querés decir?”, no era una pregunta la que formulaba Pereira, sino un lamento, una abnegación lanzada de manera interrogativa contra el corazón mismo de la Spica con su funda de cuero marrón resquebrajado, como una vieja muceta cardenalicia.

“Alguna macana habrá hecho Basualdo y lo sentenciaron a trabajos comunitarios: hacerse cargo de Alvarado y que no ande suelto por ahí, tenerlo entretenido”, Lipovesky, o Lipo, comprendiendo la inutilidad de adentrarse en las permutaciones de lo probable que habían quedado anuladas por la realidad; por ese siete con el que cargaba el equipo como con una penitencia.

“Sí, eso parece la selección hoy, un servicio solidario con los burros, los perros y los troncos; todo muy naturista…”, soltó Marito, por decir algo, por sumar su voz; y se levantó y fue a la cocina a llenar la pava y ponerle yerba nueva al mate. Tiró la yerba lavada al tacho de la basura, que hizo un ruido sordo contra la bolsa…

“¡Gooooooooooooooooooooooooooooool, goooooooooooooooooooooool, gooooooooooooooooooooooooool, de AL-VA-RA-DO!”, diseminó una voz disfónica, con trazas de desahogo, de catarsis y comicidad triste.

Desde la cocina, Marito gritó, queriendo incorporarse a ese círculo alrededor de la radio, a esos abrazos y saltos indudables, a esa ceremonia: “¡Es al pedo, che, si no se lo putea al pibe este, no anda…!”

“Hay tipos que necesitan jugar contra la resistencia que ellos mismos provocan, necesitan que le recuerden ese… rechazo potencial”, confirmó Bertoni.

“Habló el filósofo italiano”, Lipo, subido a la homilía del gol que seguía descendiendo desde la radio: “… porque se mueve empujado por la pulsión del gol, del desahogo que deviene de su consecución; porque Alvarado, más que nadie, sabe lo que es conjurar el desasosiego, la desesperanza, la derrota, y transformarl la formulación del ánimo en las sentencias que son los goles, en las reafirmaciones que nacen del festejo, de ese agrupamiento de los jugadores en un abrazo que, ellos saben, participa el país todo…”, soliloquio de comentarista en Fa sostenido.

“Este te gana por goleada”, dijo Velazco, dirigiéndose a Bertoni.

“Este está para el psiquiátrico”, respondió Bertoni.

“Pilas Power, alimeeeeeeeentan tu vida”, un locutor que repetía embustes, exageraciones y fantasías para “hacer posible esta transmisión”.

“Che, Marito, ¿qué le pasó a Martínez el otro día? Se fue enculadísimo del asado”, inquirió Velazco.

Mario volvió desde la cocina con la pava y el mate, como si fuesen elementos para una eucaristía, y los depositó sobre la mesa frente a Pereira – sacerdote, intermediario del misterio.

“Que yo sepa, nada, no me di cuenta que se iba caliente”, respondió Mario.

“La mujer”, soltó Bertoni.

“La mujer qué, boludo; termina las frases, elaborá”, amonestó Pereira, mientras cebaba un mate humeante y se lo pasaba a Lipo.

“Anda con ataques de pánico o algo por el estilo”, amplió Bertoni.

“Alvarado insiste una vez más por la banda derecha, galopada en solitario y centro a nadie; a una ausencia de atacantes, a ese territorio inhóspito donde tantas veces los grandes flaquean, región de soledad de portero ”, explicaba el comentarista.

“Bah, pavadas; esas son estrategias de la bicha esa para marcarlo de cerca”, diagnosticó Marito.

“¿Para qué va a querer tenerlo cortito? Ni que Martínez fuera una galán…”, desconfió Pereira.

“Eh, querido, me extraña; el celoso, o la celosa, en este caso, ve al objeto de sus recelos como nadie más lo ve”, aportó Bertoni.

“Estás imparable, tano”, chicaneó Lipo.

“Es que al muchacho le nacen ideas – transitorias, eso sí – con los goles a favor”, se sumó a la chanza Pereira.

“Y lo más triste de todo es que las gasta en boludeces como estas, con nosotros, y nadie llega a enterarse de que el tano atesora – por momentos – algunas astucias”, siguió Lipo.

“Andá a cagar, ruso”, sin enojo, por no quedarse callado, Bertoni; porque el que calla, pierde.

“Alvaradooooooooooo…”. Los cinco se quedaron paralizados, mirando las formas definidas, estrictas y duras de la radio. “… Y la pelota se va muuuuy por encima del travesaño”.

“El pibe debe haberle dado a un satélite”, comentó Pereira.

“Y ahora orbita a 15000 kilómetros de la tierra”, imitó al comentarista Marito.

“Pero también… mirá que Martínez irse a casar con Susana… che”, retomó el tema Velazco.

“Se lo dijimos todos; aunque no por estos motivos…”, continuó Lipo.

“Quién iba a decir que, de ligerita, pasaría a posesiva, a controladora…”, Marito.

“Debe ser más común de lo que pensamos… A fin de cuentas, son los que mejor saben las macanadas que pueden hacerse, son los que tienen más elementos, más conocimiento, para el temor, para la duda; para los celos”, Bertoni, con el mate en la mano.

“Madre mía, cómo estamos…”, bromeó otra vez Lipo.

“No, en serio… La mina era un tiro al aire; y al poco tiempo de conocerlo a Martínez se empezó a vestir de otra manera incluso…”, siguió Bertoni.

“Cierto, me acuerdo…”, rememoró Lipo. “Por esa época empezó a venir al bar con esa morochita petisona, que estaba buenísima…”, atrapado a los piolines de la memoria o de la mistificación; a saber.

“¡Estelita!”, se acordó Marito. “Qué pedazo de mujer, madre mía; qué buena que estaba… ¿Qué será de la vida de Estelita?”

“Se escapa de la marca Alvarado, queda sólo ante el líberoooo…. Lo encara a contra pierna, lo deja desahuciado, un espectador más de lo inevitable… va a encarar al arquero que sale para achicar el arco… Alvarado amaga, el arquero compra, Alvarado con el arco vaciooooooooo ¡nooooooooooo la pelota sale por línea de fondo, pegada al palo derecho! ¡Lo que acaba de errar Alvarado!”, con una voz incrédula, fluctuante, huida.

“Está en Puerto Rico, se fue con Marcos Puerta”, informó Pereira. “El que cagó a medio mundo con esos bonos del Banco Capital…”.

“Mirá vos…”, por decir algo, Lipo.

“Ahora entrena a un equipo de beisbol”, agregó Perira.
“¿Ella”, Velzco, que hacía rato que no metía bocado.

“No boludo; él”, Marito.

“Los chantas siempre caen de pie”, pontificó Velazco.

“¿Te parece caer de pie entrenar a un equipo de beisbol, Velazco? ¿En serio? Yo no te pago ese precio ni para estar con diez Estelitas”, dijo Pereira.

“Che, este Alvarado… decí que por lo menos la mete una vez por partido”, volvió al presente Marito.

“También, juega solo, el pobre”, añadió Lipovesky.

“Y, encima, la prensa que se ensaña con él…”, Pereira.

“Y la hinchada, que pretende que revalide sus logros en cada partido”, Velazco, “que redima al país”.

“Déjense de joder, es un perro”, concluyó Bertoni.

“Finaaaaaaal del partido; el gol de Alvarado vale, una vez más, una victoria”, mascullaba el relator.

Pereira apagó la radio.

Mario llevó la pava y el mate a la cocina.

El resto se puso de pie.

Se saludaron.

Se despidieron hasta la ceremonia del domingo, que juega Central por la liga.

 

 

© Marcelo Wio

 

Publicado originalmente en Ni más ni menos

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