Réquiem

Sentado en un sillón orejero. La silueta del humo enroscándose en un ascenso de trasluz y perseverancia. En el tocadiscos se efectúa la descodificación del Réquiem de Mozart, que dilata la estancia hasta transformarla en un territorio inhóspito, como una soledad o una vergüenza, o ambas en relación simbiótica.

Requiem aeternam dona eis,
Domine, et lux perpetua luceat eis.

Los pies encajados en unas pantuflas a cuadros de distintos tonos de marrón. La mano derecha, con su orografía de años, marca un ritmo que no pertenece ni a la melodía ni a sus pensamientos; quizás se corresponda con una espera que ha quedado grabada en ese gesto de impaciencia.

En el piso de enfrente, justo al otro lado del pasillo; ella, hundida en el sillón, teje – punto inglés – algo que no se alcanza a descifrar (la lana es beige). Delante de ella, el televisor encendido: “Porque se lo prometí”, alto, moreno, joven, de rasgos agradables. “¿Esa promesa es anterior a la que me hiciste a mí?”, alta, exuberante, pelo castaño, rasgos retocados. “Esa promesa y la que te hice a ti no se afectan”. El gato, a su derecha, ovillado en un sueño lejano, parece lanzar un suspiro.

La vecina del piso de arriba – de unos veinte años; jean, camiseta blanca, pies desnudos – llora, sentada ante una mesa; los codos afirmados para soportar las fuerzas de carga que ejerce la cabeza que es sostenida por sus manos. Unos libros y apuntes de semiología desparramados sobre la mesa. Una taza de café frío. Un test de embarazo. Una ausencia.

Kyrie, eleison.
Christe, eleison.
Kyrie, eleison.

En el 5to piso se arrepiente él. Ante el espejo. Sintiendo lástima de sí mismo: vanidad del sufrimiento (un goce morboso). En el espejo se refleja la cama. Sobre la misma, un cuerpo de hombre, desnudo, tendido bocabajo, dormido. En la mesa de luz del lado opuesto, una foto enmarcada: él, su esposa, su hija. Frente al espejo, el arrepentimiento es sólo una fórmula para otorgarse relevancia, un prestigio desgraciado.

Dies irae, dies illa
Solvet saeclum in favilla

Los ojos bien abiertos. Como si en el último instante hubiesen descubierto un asombro o un entendimiento. La pistola en su mano derecha desparramada. Pinceladas de sangre y sesos y hueso sobre la pared a sus espaldas (su obra de arte más lograda, habrían dicho los críticos si hubiese compuesto el conjunto al óleo sobre una tela). La alfombra impregnada desde hace dos días.

Tuba mirum spargens sonum
per sepulcra regionum

Encharcado en licor arisco. Dormita entreverado con el mantel de hule y las cenizas y colillas que resbalaron con él hasta la ignominia del suelo. Alrededor de la boca, y sobre la camisa, vómito reseco. Los pantalones meados. Una respiración pesada, como condenada a ganarse el aire de cada día con esfuerzo, ofreciendo silbidos para el divertimento retorcido del súcubo que lo controla.

Judex ergo cum sedebit,
quidquid latet, apparebit…

Él se ha ido a ver el partido al bar. Ella está sentada en el piso de la cocina, la espalda contra la nevera. El labio inferior partido, un corte en el pómulo y ceja derecha. La sangre ya se secó. Moretones en brazos y piernas. Se incorpora con dificultad, despertando la memoria del dolor en cada miembro estira el brazo izquierdo y coge sus bragas. Se las pone con cuidado: suplicio de roces. Él festeja un gol de su equipo e invita a una ronda de cerveza. Ella mira el reloj de la pared: en una hora regresará. Piensa qué preparar para la cena.

Preces meae non sunt dignae,
sed tu, bonus, fac benign…
Lacrimosa dies illa,
qua resurget ex favilla
judicandus homo reus.

En medio del salón. En medio del silencio, de la bruma, del aire negro como de noche o de estación de tren. Ella y él. Extenuados de tanto amalgamarse. De andar indagando los secretos del cuerpo ajeno.

Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis,
voca me cum benedictus.

En el tercer piso, un adolescente. Tendido en la cama. Lleva puestos unos auriculares. Escucha Halleluja. Fuma despreocupado. Los ojos vagan por el techo buscando nada. Sobre su barriga, un libro de Juan Filloy: Caterva.

Your faith was strong but you needed proof…

El disco se detiene. Suena ese roce de pasta amplificada. El hombre se pone de pie. Coloca la púa nuevamente en el comienzo.

Requiem aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis.

Se sienta en el sillón nuevamente. Enciende un cigarrillo que, como los otros, no fumará. Dejará que el humo ascienda como una súplica o una disculpa o una ofrenda; imaginando que esa mezcla de gases lo integra, para finalmente diluirlo en una ausencia.

© Marcelo Wio

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