No tengo tiempo

Qué sé yo lo que le había preguntado. Nada trascendental – hace tiempo que no pregunto nada por el estilo. La cuestión es que respondió diciendo “no tengo tiempo”. Como podía haberme dicho que era una soberana chambonada aquello sobre lo que inquiría. Pero el tiempo, tan reconocidamente escaso, mezquino, es una coartada que sirve a varios propósitos – el de responder (esquivar) mi interrogante, uno de ellos. Acepté esa contestación como válida por costumbre; la hemos oído tantas veces que no nos detenemos a evaluar su pertinencia. Pero a medida que atravesaba el parque en dirección a la oficina – habíamos conversado en uno de esos restaurantes que no se especializan en nada y que ofrecen de todo -, se me hacía cada vez menos aceptable la contestación que había recibido.

Siempre hay tiempo en el bolsillo de un abrigo que uno no usa hace mucho – porque nunca le gustó mucho, porque está algo desfasado, porque vaya a saber qué motivos que no vienen al caso. En el bolsillo de un pantalón o saco igualmente ninguneados. O en el cajón de la mesilla de noche, o debajo del colchón. En esa lata olvidada en un estante apartado de la cocina. Siempre, en esos lugares, uno ha dejado unos cuantos minutos – por si las moscas, porque en ese momento sobraban, porque en algún momento uno andaba planeando unas vacaciones que la alcancía insuficiente, al final, no permitió – e, incluso, hasta una hora. Siempre hay tiempo: entre el que uno tiene y esos montoncitos que uno ha dejado por ahí, más del que uno calcula cuando dice aquella negativa.

“No tengo tiempo”, pues, cavilaba, se convierte así en: no tengo tiempo para utilizar, gastar contigo o en tus asuntos; es decir, lo que acabas de decir, proponer, es tan irrelevante, tan insustancial, tan estúpido, que ni siquiera puedo dignificarlo – es decir, hacer de cuenta que me interesa someramente, por educación y decoro – con mi tiempo (medido en segundos, en este caso). “No tengo tiempo”, es, así, la forma cruel y humillante del “no me interesa”: no tengo tiempo siquiera para decirte que acaso modificando tal o cual punto de tu propuesta, quizás; que tal vez si en lugar de tal lugar, fuese tal otro, entonces posiblemente. “No tengo tiempo” es, entonces, un no hablemos más de esto que es de una imbecilidad tal que ofende a los sentidos – a todos.

Y el “no tengo tiempo ahora”, es la acabada expresión del cinismo sumado a la insensibilidad. Por fortuna, Héctor sólo utilizó la primera forma, sin el “ahora”; lo que sin duda ha salvado, no sé si la amistad tal como era, pero sí el afecto, el futuro contacto. No tengo tiempo… Justo Héctor, que hace tiempo que lo único que tiene es tiempo.

© Marcelo Wio

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