Lugares

Mumbai

En Mumbai se encuentra la plaza más pequeña del mundo. Acaso, denominarla plaza sea excesivo. Pero, quién es uno para arrojar un escepticismo vano, hasta injurioso, sobre lo que un consenso vasto ha querido así denominarla. Además, la vida en ese trozo reducido de ciudad responde a la propia de la una plaza. Se trata de una flor, una caléndula, que nace de una grieta entre el asfalto descuidado de la calle y la dura sobriedad del cordón de la vereda. Dicen que es la misma flor la que persiste desde hace no menos de cien años. El Instituto de Botánica de la ciudad afirma, siempre dado a reventarle los sueños a la gente, que es una flor como cualquier otra, que vive lo que viven todas, y que luego nace otra, seguramente plantada por alguno de los lugareños.

Niedersachsen

Cuántos árboles forman un bosque. A que nunca se ha preguntado esto. Lo hará si viaja a la región alemana de Niedersachsen. Allí, en la frontera con Sachsen-Anhalt, hay un bosque de dos árboles. Dos pinos robustos forman el bosque más visitado de la región. Afirman, los que siempre afirman en tales circunstancias, que no es que se haya designado a esta soledad dual como bosque, sino que esos dos son lo que ha quedado de un bosque extenso. Otros – los otros de siempre, que llevan la contraria -, sostienen que no, que siempre fueron esos dos árboles, y que al que no le guste su sombra, que no se arrime.

Nueva York

Sobre la ciudad de Nueva York se cuentan numerosas cosas. Algunas verídicas (las más aburridas), otras claramente falsas y, otras, las más interesantes, las que convierten un hecho trivial en mitología. Esta que relataré, es de las verídicas y, para variar, creo que interesante. El holandés Arjen Van Basten fue el primero que le vio a esa isla una posibilidad. Tipo original – imbécil, de acuerdo con sus detractores y a una maestra de escuela que lo tuvo por alumno -, se le ocurrió construir un gran parque rectangular casi en su centro. La idea era más bien artística: Naturaleza domesticada rodeada de naturaleza en estado salvaje. Pero claro, en cuanto hay un parque, tiene que haber enseguida un edificio con vistas al mismo. El resto es ese conocido campo de estalagmitas de acero, hormigón y mal gusto.

Maanú

Al mar se le conoce bastante bien la canción y la coreografía: repetitiva percusión de ida y vuelta con cambios temporales de ritmo e intensidad. Se le conocen también sus propiedades reflectantes y la salinidad propia de cuerpo – aunque de lo que guarda en lo más hondo de su intimidad, se conoce algo menos. Pero esta pretendida uniformidad no tiene jurisdicción en la isla de Maanú, ubicada a unos cuatrocientos kilómetros al sureste de Nueva Zelanda. Allí es la arena la que ejerce el movimiento de vaivén sobre el borde del mar, y son los ojos de las aborígenes las que reflejan largamente los colores del amanecer. El mar apenas es un testigo quieto, bajo en sodio. No hay que comentarlo mucho, que luego van los científicos y desarreglan ese arreglo para dejar todo de una igualdad de lo más penosa, predecible, como la insoportable gravedad, esa cuerda que nos ata a la mediocridad telúrica.

© Marcelo Wio

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