Historia infame la cama

Quiso la historia, ese capricho que se pueden permitir algunos entre la hípica matutina, el té de las cinco y la embriaguez nocturna, que fuera Ismael Oldtown el que, en las postrimerías del 1100 de nuestra era, durmiendo su siesta habitual bajo un árbol, diera con la idea de cama. Expuesto – dice esa historia cómoda, simplona, que pretende darle un lugar al vulgo en el devenir de las cosas de importancia; obvio dispositivo para lograr obediencia y fatuos orgullos -, a las incomodidades del terreno y el ambiente (irregularidades, temperatura, humedad, insectos, aires nocivos para el bienestar inmunitario, etc.), fue cayendo en la cuenta, inconsciente de ello, y en sucesivas siestas, en lo que Oldtown calificó de aparato.

Y aquí surge la primera contradicción de la idílica exposición de Sir Hubert Marlborogh, cuyo relato sobre el hecho se ha convertido en el canon que historiadores subsiguientes – si es que puede otorgárseles dicho título a quienes no son más que meros repetidores – han seguido dócilmente, agregando sólo papel y tinta a una historia que se bastaba con una breve referencia. Pero nos referíamos a la contradicción en el texto de Marlborogh, que se extendía hasta las ¡dos mil trescientas treinta y ocho páginas! para referir el suceso: a lo largo de casi mil de las tediosas páginas, se dedicaba a describir el contexto a partir del cual Oldtown habría de esbozar su idea de cama (“bed”, en inglés; por “balanced extended device”, “dispositivo extendido balanceado”); para, unas setecientas páginas después afirmar que la idea del artilugio le surgió repentinamente una tarde en que se tendió a dormir su siesta bajo un manzano y uno de sus frutos le dio en su cabeza – mezclando claramente historias. Entonces narraba, siempre extensamente, que Oldtown, irritado, primero arrancó la rama de la que, estimó, había caído la manzana, y que aún con la rama en la mano, sintió cómo la furia lo abandonaba – “como un sudor expelido a presión” – y la del ingenio para dormir/reposar pasó a ocupar el lugar de la ira expulsada (entalpía, ni más ni menos), vamos, su estructura se le definió sin más.

Así, quiso la historia que fuera la invención de la cama. Una vulgar fabulita que no sólo ocultaba su verdadero origen y el largo derrotero de sucesos que llevó a su construcción final no en Inglaterra, sino en China, y que supuso la muerte de un nunca dilucidado número de personas. Mas, los chinos, como tantos otros pueblos que intervinieron de una u otra manera en el asunto, andaban distraídos con cuestiones más urgentes, y Marlborough les ganó de mano con su relato sobre el, por otra parte, inexistente Oldtown o, más bien, sobre sus incómodas siestas en el bosquecillo detrás de su cottage – de las dos mil y tantas páginas, entre un setenta y ochenta porciento está dedicado a dar cuenta de manera minuciosa de dichos reposos diurnos; desde el contenido de sus sueños, la estadística insoportable de la cantidad de horas efectivamente dormidas, frente a aquellas en las que infructuosamente busca una mínima comodidad.

Pero poco puede esperarse de Marlborough, que en realidad era apenas la fachada de un equipo trabajando para el rey para crear una historia que ubicara al reino en una posición relevante ante lo que Sir John de Pall Mall – sospechado líder de ese equipo de tareas de adulteración – denominó, ya entonces, en una reunión en lo de los Stewart Caldewell, como “concierto internacional”; a la vez que elevara la autopercepción de los súbditos. Fue esta misma política real la que llevó a Lord Vanderley (otro pseudónimo) a escribir su historia – más breve, y harto mejor escrita – sobre Isaac Newton, otro personaje apócrifo presentado como una inteligencia única, infalible y, sobre todo, inglesa. Sin mencionar, claro, que los supuestos trabajos de Newton fueron robados por agentes del rey a lo largo y ancho de Europa – una de las principales víctimas fue ni más ni menos que el bueno de Leibniz.

A todo esto, no son pocos los que afirman que aquel infame grupo que se dedicó a mentir y robar historia y a sustraer inventos y descubrimeintos, fue el precursos del MI-5 y el MI-6. Pruebas, dicen, sobran. El problema es que, o nunca las presentan, o cuando lo hacen, bien podrían probrar cualquier cosa: es decir, nada.

Mientras duermo en esta cama cuyos muelles han cedido hace tiempo al peso de mis depresiones y de la educada soledad que me arrincona en un único costado (el otro, siempre frío, ajeno, me provoca pesadillas), no puedo dejar de pensar que debería escribir una sucinta historia de la cama mencionando a todos aquellos pueblos que fueron aproximando ideas y modelos de “reposarios” (como los denominaban en la actual Armenia alrededor del ¡900 antes de nuestra era! Pero luego me desaliento, en parte debido a mi carácter y en parte debido a las desigualdades topografía de mi lecho – a las que, por otra parte, he terminado por resignarme: son, después de todo, más cómodas que las vicisitudes que me aguardan a sus pies -, que es donde suelo tener estas estas ideas o impulsos. Quizás más adelante, me digo. Cuando este estado de tristeza subsista. Cuando me compre una cama que favorezca el reposo y la actividad subsiguiente.

© Marcelo Wio

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