El fútbol en verso

 

“La poesía tiende a lo imposible, pero nos hace posibles”, Roberto Juarroz, Decimocuarta poesía vertical, Fragmentos verticales, 20

 

La voz de Plácido Domingo, uno de los grandes tenores, declama el himno del centenario del Real Madrid desde los altavoces en cada partido del equipo en casa, o acaso, no haga otra cosa que declarar un estilo, una seña de identidad. Y esto último, lo hace de una manera muy particular, utilizando unos términos muy concretos, muy significativos:

“…Campo de estrellas
Donde crecí
¡Hala Madrid!
Juegas en verso
Que sepa el universo
Cómo juega en Madrid…”

Pero, ¿se trata sólo de una figura poética; de una metáfora? ¿Puede un equipo jugar o “hablar” desde el campo de juego en verso?
Si uno adhiere al original acercamiento que hace Pier Paolo Pasolini al fútbol (desde el lenguaje: el fútbol es, para Pasolini, un ‘sistema de signos’; es decir, “una lengua, aunque no verbal”) en el artículo El fútbol “es” un lenguaje con sus poetas y prosistas, publicado en Il Giorno el 3 de enero de 1971, bien podría decirse que no se trata meramente de una imagen literaria.

 

Pier Paolo Pasolini

Pier Paolo Pasolini

 

No se trata aquí de evaluar si el equipo blanco juega o no en verso, ello será, en todo caso, prerrogativa de los contertulios de interminables charlas de café – que parecen estar destinada a no llegar jamás a un consenso unánime.
Pero, volviendo a nuestro tema, el genial poeta, escritor y director de películas como Il Decameron, sostenía que “el football es un sistema de signos, o sea un lenguaje. Tiene todas las características fundamentales del lenguaje por excelencia, el que nosotros nos planteamos en seguida como término de confrontación, o sea el lenguaje escrito-hablado”. Y explicaba que los “cifradores” de este lenguaje son los jugadores; en tanto los espectadores, en las gradas, somos los descifradores: así pues, poseemos en común un código. De esta manera, quien no conoce el código del fútbol no entiende el “significado” de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases).

 

El poeta argentino Roberto Juarroz decía en su Sexta poesía vertical (40): “la palabra: ese cuerpo hacia todos”; a lo que podría decirse: el gol, el regate: esos cuerpos de todos. Y concluía, el poeta: “la palabra: esos ojos abiertos”; el gol, el regate: esa bocas abiertas que miran más de lo que dicen.

 

Pues bien, según el autor de Teorema, en este marco, puede haber un fútbol con lenguaje fundamentalmente poético.

“En el fútbol hay momentos que son exclusivamente poéticos [o en verso, para seguir con el título]: se trata de los momentos del “gol”. Cada gol es siempre una invención, es siempre una perturbación del código: todo gol es ‘ineluctabilidad’, fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética… El fútbol que expresa más goles es el fútbol más poético. […] También el “dribbling” [regate, gambeta] es de por sí poético (aunque no “siempre” como la acción del gol). De hecho, el sueño de todo jugador (compartido por todo espectador) es salir del centro del campo, driblar a todos y marcar. […] En definitiva, el momento poético del fútbol parece ser (como siempre) el momento individualista (dribbling y gol; o pase inspirado)”, argüía Pasolini.

A fin de cuentas, la poesía no es otra cosa que la manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa. Y si el fútbol se interpreta como un sistema lingüístico – a la manera de Pasolini -, definitivamente hay jugadores (y a veces, incluso equipos) que ejercen la poesía a través de ese código de comunicación que tantos entienden: es decir, juegan en verso.

 

El ángel de las piernas chuecas, Vinicius de Moraes, Río de Janeiro, 1962
A un pase de Didí, Garrincha avanza:
El cuero junto al pie y el ojo atento.
Dribla a uno y a dos, luego descansa
Como quien mide el riesgo del momento.

Tiene un presentimiento, así se lanza
Más rápido que el propio pensamiento,
Dribla uno más, dos más, la bola alcanza
Feliz entre sus pies, los pies del viento.

La lleva, así la multitud contrita
En un acto de muerte se alza y grita
En unísono canto de esperanza.
Garrincha, el ángel, oye y dice: ¡goooool!
[…]

 

De hecho, el escritor danés Hans Jorgen Nielsen, al hacer en El ángel del fútbol – una de las mejores novelas de fútbol y política según Míster Peregrino Fernández, entrañable personaje de Osvaldo Soriano – acaso en una de las mejores clasificaciones de los futbolistas, también rascaba la superficie de lo patente y desvelaba los lazos entre el fútbol y la lírica:

“Hay tres clases de futbolistas: los que ven los espacios libres del campo, los mismos que cualquier payaso ve desde la tribuna, y los ves y te pones contento y te sientes satisfecho cuando el balón cae donde debe. Luego están los que de pronto te hacen ver un espacio libre sin más, un espacio que tú mismo y quizás los otros también podríais haber visto de haber observado más atentamente, y estos te cogen por sorpresa. Y también hay aquellos que crean un nuevo espacio, esos son los profetas. Con todas las habilidades técnicas y corporales, las verdaderas cualidades residen en la apropiación creativa y la transformación de las situaciones…”.

Estos últimos jugadores son como los poetas – que tienen mucho del profeta que menciona Nielsen; al punto de llegar, en no pocas oportunidades, a confundirse – que ven los espacios entre las palabras y detrás de ellas: del envés de lo evidente, entre una imagen y una idea (arcilla de metáfora, de significaciones, de las miradas de los párpados). No en balde, Juarroz (Sexta poesía vertical, 16), que veía entre esas grietas de la realidad, decía que “entre los signos que dicen las cosas/hay signos o antisignos que las callan/y solamente con ellos es posible/consumar la mágica intemperie/la suprema metáfora/de ser como no ser/o no ser como ser”. Sólo los jugadores que ven esos espacios, o “antiespacios” que los ocultan, y “consuman la suprema metáfora”.
Así, como mínimo, fútbol y poesía pueden entablar una conversación de imágenes, de inspiraciones, de ritmos y respiraciones. Después de todo, en la poesía, tal como expresaba Johan Huizinga en su libro Homo Ludens, la finalidad consciente o inconsciente es siempre provocar una tensión en el oyente o el lector, a partir de una situación de la vida humana o de un caso de sensibilidad humana apropiados para comunicar la tensión a otros. Qué mayor encrespamiento de sensibilidades y tensiones que aquellas que le crecen a un partido de fútbol en el propio campo de juego y que avanzan – muchas veces incrementando su caudal – hacia las tribunas como un erizamiento implacable de emotividad. Acaso, esto ocurra de manera más primigenia (¿sincera?) en un potrero, en un campo de juego cuyo territorio excede al mapa, porque el propio juego desborda a los propios jugadores-niños; un sustrato apropiado para la poesía: Huizinga decía, sin ir más lejos, que para comprender la poesía, hay que ser capaz de aniñarse el alma. Y ahí, en un entrevero de aniñamientos, de juego, de sensibilidades y tensiones, andan el fútbol y la poesía.

 

Poetas de potrero

 

 “La poesía, como escribiera Miguel de Cervantes en el Capítulo XIV del Libro tercero de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional, ‘tal vez se realza cantando cosas humildes’. Y el fútbol es un juego humilde, que cantado por un poeta de prestigio adquiere el nivel excelso proporcionado por los aficionados a este deporte de todo el mundo”, Annarita Ricco (Università degli Studi di Napoli “L’Orientale”) y Antoni Nomdedeu Rull (Universidad Rovira i Virgili), El léxico del fútbol en la poesía: Alberti, Hernández, Benedetti

 

Apuntaban Ricco y Rull, que escritores reconocidos como Rafael Alberti, Camilo José Cela, Gabriel Celaya, Gerardo Diego, Miguel Hernández, Rafael Fernández Shaw, Antonio Machado, Pere Quart Joan Oliver, Eugeni d’Ors, José María Pemán, Josep Maria de Segarra o Manuel Vázquez Montalbán, entre otros, dedicaron alguna atención al fútbol. A los que cabe agregar a Osvaldo Soriano, Eduardo Galeano, Juan Villoro, Eduardo Sacheri, Peter Handke y Hans Jorgen Nielsen, por ejemplo.
Estos académicos resaltaban que, incluso a través de la metáfora de la alerta, Antonio Machado ya había dedicado unos versos al fútbol mediante la explotación del valor semántico de su léxico para animar a sus compatriotas (deportistas y guerreros) a conquistar una nueva España. Más tarde, el poeta de la Generación del 27 y miembro de la Real Academia Española, Gerardo Diego, se dejó fascinar por el mundo de los neologismos que el deporte introdujo en la lengua española de su época.

 

 

“Los temas de la literatura, en paralelo con los de la vida cotidiana, giran fundamentalmente en torno al amor y a la muerte, al viaje o al retorno, de los que se desprenden otros temas intrínsecamente relacionados como el desespero, el canto a la amada platónica o la vida de un personaje histórico, como un rey o un jugador de fútbol. Una vez más, se demuestra que el fútbol ha formado y forma parte de la cultura, por mucho que se haya ignorado u ocultado, y, claro está, la literatura, como fiel testimonio a menudo de las preocupaciones e inclinaciones de la clase intelectual, enlaza estrechamente con los intereses populares. Se desvanece, de este modo, el tópico de que la literatura y el fútbol son dos ámbitos inconexos”, Ricco y Rull.

 

Al gran oso rubio de Hungría, Rafael Alberti

Ni el mar,
Que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia, ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
Rubio Platko de sangre,
Guardameta en polvo,
Pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie,
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
Rubio Platko tronchado,
Tigre ardiente en la hierba de otro país…
[…]

 

Elegía al guardameta, Miguel Hernández A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela

[…]

Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.
Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.
Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.
Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.
Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.
[…]

 

Hoy tu tiempo es real, Mario Beneditti

A Diego Maradona

Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.
[…]

La poesía del fútbol, Roberto Roversi (1923-2012)

2
El jugador de futbol tiene
el catálogo de las naves
ancladas en el puerto. No se mueven, arponeadas al sol.
Las uñas del mar han marchitado los colores, aquel
mar sin sentimientos.
Dice el jugador de futbol no tengo
más noticias de mis diez compañeros
desde que dejé la ciudad con los muros en llamas
y hoy comienza el partido.
[…]

 

Domingos por la tarde, Luis García Montero

A veces las infancias escapan de sí mismas
y corren por la lluvia mismas como en fuera de juego
sin oír las sirenas de los árbitros

es verdad que son mares en un vaso de agua,
pero hay olas que tienen esas espumas
de las alineaciones,
paraísos que aguardan los despachos
del minuto último
o días que amanecen
con la tranquilidad de un tres a cero,
de un cinco a cero en punto de la tarde.

Por lo demás también hay labios
en el extremo izquiero del domingo,
lesiones en las dudas del mañana
pasados que regresan
igual que una llamada de teléfono.
– ¿Y lo de ayer? Sonríe la memoria
cuando parece amiga del equipo contrario.

Las verdades del área
son rectas de dudosa geometría,
como ardientes amores de ficción
en manos de un penalti.
Por eso saben mucho
de la felicidad y la belleza.

No conviene que demos a estas cosas
un valor excesivo.
Son noventa minutos en un vaso de agua.
Pero a mí me han quitado muchas veces la sed.

 

Decía Eduardo Galeano (El fútbol a sol y sombra) que “a medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez”.
Quizás, por qué no, esa alegre inutilidad, ese jugar danzando sea posible a través de la poesía: jugar como escribiendo una declaración de amor, un oda, o una porción del reverso de la realidad.
En definitiva, volver a jugar-decir-crear como lo hacía Garrincha, con sus “pies de viento”, tendiendo – como escribió Juarroz – a lo imposible, para ser posibles el territorio de hierba, tierra, arena, barro, cemento que siempre terminan por conformar el mismo mapa de una alegría, de una verdad.

 

© Marcelo Wio

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