Disquisiciones en los grandes almacenes

Mis interrogantes me llevan, indefectiblemente, a incertidumbres; al contrario de Sócrates o del rabino Hillel – aunque éste último no tenía muy claro de quién era si no era para sí; lo que no es moco de pavo.

Suelo comenzar con una pregunta simple como, por ejemplo: ¿Existo si Dios no existe? Es decir, ¿si pongo en duda la existencia de Dios, pongo en duda la mía propia? (Anexo: ¿Poner en duda la existencia de Dios, de un dios, es poner en duda la de todos los dioses del catastro divino?) Pero yo me observo en el espejo y el frac me sienta francamente bien. ¿Dios se observa en el espejo? Y si lo hace, ¿le queda bien un frac o un esmoquin? Si no le sienta bien, ¿puede ser considerado un dios; o es simplemente un fulano poco agraciado? Así pues, ¿existo, o soy un tipo poco agraciado que cree – por engaño propio o del espejo (compinchado con el vendedor) – que el frac le queda, efectivamente, muy pero que muy bien?

© Marcelo Wio

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