Dios o Filisberto o la necesidad

El gato Poincaré estaba tendido a sus pies. Hacía un rato había dejado el libro sobre el muslo de su pierna derecha, y miraba por el ventanal a la calle acolchada de noche y lluvia. El silencio era de gotas y rutinas. Filisberto encendió un Gitanes y dejó que el humo manejara los hilos del ambiente.

La voz surgió de la nada. Sin cuerpo ni figura. Sin procedencia. Sin responsable. La voz se dirigió a él.

Buenas noches, Filisberto.

Filisberto hurgó la estancia en busca de persona o presencia. Su mirada chocaba con amontonamientos de libros, pero con ninguna corporeidad. Poincaré dormía

No es propio de usted, no saludar a las visitas.

Filisberto murmuró algo. Un saludo o, más probablemente, un temor o una duda.

Vengo a auxiliarte, Filisberto. Con tu novela.

Filisbertó buscó aún más con una mirada inútil. Pero no había nadie. Y, por fin, articuló una voz, que era una pregunta: ¿Quién es usted?

Dios.

Imposible. Dios no existe. Es un concepto, una estrategia.

Mas, estoy hablándote. Ergo, existo – algo como una risa fue cancelada.

Existe la voz, pero ello no es prueba de divinidad. Antes bien, de desquiciamiento de quien ahora habla ante nadie…. Por lo demás, qué tratos puede tener Dios con un hombre tan corriente (es decir, con cualquier hombre). Con una novela. Acaso, como mucho, sería usted un muso o algo por el estilo; o una broma.

Muso o musa. Si eso te hace feliz, lo mismo da. Y no, no soy una broma; no hay artilugio que reproduzca estas palabras. Soy tan real como cualquiera de los objetos que esta habitación ocupan. Tan real como tú. Y, como ya te dijera, he venido a ayudarte con tu novela. Es más, he venido a dictártela.

Si me la dicta, no será mía. Yo seré un mero escriba.

Pues está en ti decidir si mi voz es externa, o si por el contrario proviene de tu misma escencia. Si crees lo segundo, pues serás tú mismo el que destrabe lo que trabado estaba, y que dicte el argumento y las astucias que harán de tu novela el vehículo para tu adulación.

Si está en mí tal decisión, pues, no hay dios.

Filiberto, como quieras. ¿Te dicto o me voy?

Vale… vale.

El gato Poincaré estaba tendido a sus pies. Hacía un rato había dejado el libro sobre el muslo de su pierna derecha, comenzó la voz. ¿Qué pasa que no escribes y sigues ahí sentado como un pasmarote?

Ya, ya. No me apures si me quieres sacar bueno – Filisberto se puso de pie y se dirigió al escritorio y se sentó frente a la máquina de escribir.

Dios no le djo nada de ese paso del usted al tú, de ese signo de irreverencia, pues Filisberto había decidido que la voz era él mismo, y a cada uno con los tratos que se trae consigo mismo.

Hala – dijo Filisberto, las manos sobre el teclado. Pioncaré cambió de posición.

El gato Poincaré estaba tendido a sus pies. Hacía un rato había dejado el libro sobre el muslo de su pierna derecha, y miraba por el ventanal a la calle acolchada de noche y lluvia. El silencio era de gotas y rutinas. El hombre encendió un Gitanes y dejó que el humo manejara los hilos del ambiente…

© Marcelo Wio

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