Al mundo ya no le importa (obra de teatro)

I ACTO

Guzmán entra por una puerta lateral, viste pantalones marrones, camisa beige, tirantes y zapatos marrones muy gastados pero que aún conservan su brillo intacto en ciertos sitios. Habitación llena de cajas (sobre todo en una de sus esquinas, donde hay una montaña de ellas, un tumulto), luz mortecina (una única bombilla, desnuda, sobre la mesa, rodeada por dos sillas), un almanaque con una foto de Cadícamo (opuesto al almanaque, una estufa salamandra). Sentado, con los anteojos resbalando por la nariz, está Colutti, camisa de un amarillo desteñido, pantalones negros, zapatos negros gastados.
(La ropa de ambos es de los años cincuenta o sesenta. Provoca una sensación de indefensión, de lástima y abandono cuidado).

Colutti: ¿Dónde estabas, Guzmán?
Guzmán: Recostado.
Colutti: ¿Te sentís mal?
Guzmán: ¿Tengo mal aspecto?

Guzmán se inspecciona, se tira de los párpados, se mira las manos a la luz.

Colutti: Estabas recostado, ¿no?
Guzmán: Ah, eso. Recostado contra mí, mirando el techo.
Colutti: ¿Qué le pasa al techo?
Guzmán: Nada, qué le va a pasar.
Colutti: Lo mirabas, ¿no?
Guzmán: Estaba boca arriba, y no quería cerrar los ojos; era inevitable verlo.
Colutti: Claro, es una cuestión de hubicación.
Guzmán: Supongo, Colutti, supongo.

Guzmán se sienta (hasta ese momento había estado dando vueltas). Agarra la pava que estaba sobre la mesa y se ceba un mate. Gesto de asco.

Guzmán: Está frío.
Colutti: Arreglalo.

Guzmán se levanta hasta la estufa y apoya la pava, tira la yerba en un tacho que está al lado. Vuelve, de pronto, su cabeza hacia la nuca de Colutti.

Guzmán: ¿Llegaron?
Colutti: No. Pero todavía es pronto. (Responde mirado su muñeca izquierda, sin reloj).
Guzmán: Pero… ¿lo pediste?
Colutti: Por supuesto, por triplicado: una copia para el Ministerio de Defunciones y Transportes, otra para la Secretaría de Identidades y la última… (Colutti agarra una hoja de papel que hay en la mesa y la mueve frente a Guzmán).
Guzmán hace un gesto como si se sacara una mosca de la cara.

Guzmán: Está bien.
Colutti: Tenés el rostro cambiado.
Guzmán: Es el frío, todavía no entro en calor.
Colutti (preocupado): ¿Estás enfermo?
Guzmán: No, es un problema término que se llama invierno.
Colutti: Pero estuviste recostado…
Guzmán: Era aburrimiento y cansancio de huesos.
Colutti: O sea que son los huesos… (queda pensativo, preocupado)
Guzmán: No pasa nada con los huesos. Es el frío y la humedad.
Colutti: Ah…
Colutti hace un gesto como de no terminar de entender, de desconfianza.

Colutti: ¿Y el mate?
Guzmán toca la pava con cautela
Guzmán: Ya va, el agua está tibia.

Silencio

Guzmán: Hay mal olor.
Colutti: Ya lo sé. Desde ayer. Pensé que con el frío iba a mantenerse mejor. (Hace un gesto hacia el tumulto de cajas).
Guzmán: Yo también.

Guzmán y Colutti miran a la vez hacia el tumulto de cajas, con cara de resignación y temor.

Guzmán (preocupado y escéptico): ¿Vendrán hoy?
Colutti: Eso dijeron, pero con el trabajo que tienen…
Guzmán: Mucho.
Colutti: Mucho…

Guzmán y Colutti se quedan observando las paredes descascaradas.

Colutti: No quiero pensar si nos agarra el verano en este estado…
Guzmán (con mirada de pavor y recriminación): ¡No pensés en eso, por favor!
Colutti: Es una opción…
Guzmán lo interrumpe
Guzmán: También hay otras…
Colutti: Pero esa está…
Guzmán: Sí, es cierto…
Colutti: Decían que con el invierno se iba a apaciguar.
Guzmán: Decían y dicen demasiadas cosas.
Colutti: Es cierto.

Hay un ruido en el exterior.

Guzmán: ¿Serán ellos?
Colutti: Tal vez.

Guzmán se para y se dirige hacia la puerta que da al exterior (hacia el público). Se asoma.

Guzmán: Era el viento, o un suspiro, o las dudas.
Colutti: Son tiempos llenos de dudas.
Guzmán: Y de suspiros.
Colutti: Y de viento. ¿Estás seguro de que no eran?

Guzmán se vuelve a fijar.

Guzmán: No sé, si eran ya no están.

Guzmán toca la pava. La saca de la estufa y se acerca, con el mate, a la mesa.

Guzmán: Ya está.
Colutti: Lo veo.

Guzmán ceba y toma el mate de un sorbo largo y seguro. Le pasa uno a Colutti. Colutti toma un pequeño sorbo.

Colutti: Pensaba en el techo.
Guzmán: ¿Qué?
Colutti: El techo que observabas.
Guzmán: ¿Qué tiene el techo?
Colutti: Nada, sólo pensaba en el techo, si sería igual al de mi cuarto.
Guzmán: No lo sé.
Colutti: El mío es demasiado blanco.

Colutti toma otro sorbo y le pasa el mate a Guzmán, que ceba otro y lo toma con menos ansiedad, como meditando.

Guzmán: ¿Sabés que el dolor de mis huesos es una seña?
Colutti (con gesto benévolo, tranquilizador): Es fatiga, sólo eso.
Guzmán: Seguramente. A mi padre le pasaba lo mismo, ahora que lo pienso.
Colutti: Ya lo ves, es algo genético.
Guzmán: Y estacional.
Colutti: Por el frío.
Guzmán: Es el invierno.
Colutti: Y los nervios.
Guzmán: Claro, las dudas que caen de esta situación.
Colutti: No hay certezas.
Guzmán: O sí… pero son nefastas.
Colutti: Nefastas… por eso te recostaste, para que las dudas se estrellaran contra el techo.
Guzmán: Eso mismo.
Colutti: ¿Ves?
Guzmán: ¿Qué cosa?
Colutti: No lo sé. ¿De qué hablábamos?
Guzmán: De la llegada de los funcionarios.
Colutti: Cierto.
Guzmán: ¿Vendrán hoy?
Colutti: Sería lo mejor, el olor se está haciendo insoportable.

Colutti y Guzmán miran hacia el tumulto de cajas.

Guzmán: Hablemos de otra cosa.
Colutti: Sí, será lo más prudente.

Se quedan en silencio. Parecen buscar temas de conversación, pero no los encuentran, se fastidian.

Colutti: ¿Y si pongo la radio?
Guzmán: Mejor.
Colutti: Además, cuanto menos hablemos, serán menores las posibilidades de contagio.
Guzmán: Una vez muertos no infectan.
Colutti: Cierto… (como recordando informaciones). ¿Estás bien?
Guzmán (algo irritado): ¡Otra vez!
Colutti: Era para estar seguro.

Colutti mira a Guzmán como si lo auscultara, buscando síntomas, indicios, comprobaciones.

Guzmán: ¿No te convenzo?
Colutti: No es eso. Es el temor.
Guzmán: Te entiendo.
Colutti: Gracias.
Guzmán: No era un cumplido.
Colutti: Hacía mucho que no daba las gracias.
Guzmán (rememorando): Yo también.
Colutti: ¿Qué?
Guzmán: No sé.
Colutti: Dijiste yo también.
Guzmán: ¿En serio?
Colutti: Al menos me pareció.
Guzmán: Debe haber sido el viento.
Colutti: O las dudas.
Guzmán: Los suspiros.

Colutti mira su muñeca izquierda, impaciente.

Guzmán: ¿No ibas a prender la radio?
Colutti: No hay ninguna.
Guzmán: Lo debo haber imaginado.
Colutti: Seguramente.
Guzmán: Sería lindo tener una radio.
Colutti: Sí…

Guzmán lo interrumpe.

Guzmán: Aunque uno se enteraría de las cifras.
Colutti: Y de los nombres…
Guzmán: Del progreso de la plaga.
Colutti: De su avance.
Guzmán: Pero escuchar un poco de música…

Colutti mira el almanaque de una pila de años atrás (1969).

Colutti: Escuchar un tanguito de Cadícamo… (suspira)
Guzmán: Cadícamo…

Guzmán también mira el almanaque.

Guzmán: ¿No estamos en Julio?
Colutti: No lo sé.
Guzmán: Pero estamos en invierno…
Colutti: El frío no deja dudas.

Guzmán se para. El almanaque indica el mes de noviembre de 1969. Baja el almanaque, que cuelga de un clavo. Pasa las hojas y lo vuelve a colocar. Ahora está en julio, y hay una foto de Sosa.

Colutti: A Sosa lo relacionaba más con un mes como septiembre.
Guzmán: O noviembre.
Colutti: Más primaveral.
Guzmán: Qué lindo oír su voz ahora…
Colutti: Cualquier voz…
Guzmán: Con tal que no sea la nuestra…

Guzmán y Colutti se miran con lástima, con tristeza, con resignación. Giran lentamente sus miradas, primero; sus cabezas, luego, y finalmente, todo el cuerpo hacia el tumulto de cajas.

Guzmán: ¿Y si lo sacamos?
Colutti: ¿A dónde?
Guzmán: A la calle.
Colutti (tajante): No.
Guzmán: Es cierto, eso está fuera de discusión.
Colutti: Fuera de lugar.
Guzmán: De dudas.
Colutti: La muerte es la única certeza.
Guzmán: Por eso los suspiros.
Colutti: Por eso y por el viento que se cuela por las rendijas.

Colutti y Guzmán miran las paredes. Colutti se para y las inspecciona con detenimiento.

Colutti (girándose): Me voy a fijar si hay masilla para tapar los huecos.
Guzmán: Mejor que circule el aire.
Colutti: Es verdad, lo advertían los primeros días, tras el anuncio oficial de la plaga.
Guzmán: ¿Es una plaga?
Colutti: No lo sé muy bien.
Guzmán: Tal vez es una peste.
Colutti: Ya no lo recuerdo con certeza.
Guzmán: De todas formas, cómo llamarla importa poco.
Colutti: Nada.
Guzmán: Ya no hace falta nombrarlo.
Colutti. ¿Qué cosa?
Guzmán: Lo que sucede.
Colutti: Claro.
Guzmán: Aunque uno lo explique, seguirá ocurriendo.
Colutti: Hasta que pare porque sí.
Guzmán (sombrío, con un hilo de voz): O porque ya no quedan más cuerpos…

Colutti mira a Guzmán horrorizado.

Guzmán: Perdón.
Colutti: Mejor pongo música.
Guzmán: No tenemos radio.
Colutti: No me acordaba.
Guzmán: ¿Estás bien?
Colutti (sobresaltado, mirándose las manos a la luz): ¿Tengo manchas?
Guzmán: No las veo.
Colutti (más tranquilo, bajando las manos lentamente, sin dejar de observarlas, hasta apoyarlas en la mesa): Yo tampoco.
Guzmán: Es el frío, que lo entumece todo.
Colutti: Hasta los días.
Guzmán: Sobre todo los días.
Colutti: Y genera dudas.
Guzmán: Y suspiros.
Colutti: Aunque tal vez sólo sea viento.
Guzmán: ¿Querés decir que no hay nadie más?

Guzmán y Colutti se miran. Se paran, se toman de la mano, abren la puerta hacia el exterior y miran con pavor.

Colutti: No hay nadie….
Guzmán: Deben estar en sus casas.
Colutti: Por el frío.
Guzmán: Por el viento.
Colutti: Por la peste.
Guzmán: Sobre todo.

Vuelven a la mesa, se sientan, se miran.

Colutti: Calentá más agua.
Guzmán: Vos prendé la radio.
Colutti: Ya va.

Guzmán se para y pone la pava en la estufa. Colutti también se para y rebusca entre las cajas cercanas a la mesa.

Guzmán: ¿Qué buscás?
Colutti: La radio.
Guzmán: No tenemos.
Colutti: Pero me pediste que la prendiera.
Guzmán: Me olvidé.
Colutti (mirándolo con preocupación): ¿Estás bien?
Guzmán: Claro.
Colutti: Mejor así.
Guzmán: ¿Mejor cómo?
Colutti: Bien.
Guzmán: Bien siempre es mejor que …. (No encuentra la palabra).
Colutti: Que mal.
Guzmán (con cara de alivio): Y que peor.
Colutti: Cierto, peor… hacía mucho que no decía esa palabra….
Guzmán: Yo tampoco.
Colutti: ¿Tampoco qué?
Guzmán: Tampoco decía ‘peor’.
Colutti: Pero antes, Guzmán, dijiste ‘también’.
Guzmán: Yo no dije ‘también’, no correspondía.
Colutti: Sí, cuando dijiste ‘gracias’.
Guzmán (algo impaciente): Puede ser.

Guzmán se queda pensativo, mirando la pava y la estufa.

Colutti: De todas formas, no importa.
Guzmán: Exacto… denominar, nombrar, ya no calma temores, ansiedades.
Colutti: ¡Es verdad! Cuando conocimos el nombre no cambió nada.
Guzmán: Las dudas seguían.
Colutti: Y hubo más suspiros.
Guzmán: Y desde hace unos meses, más viento.
Colutti: El temor sigue intacto.
Guzmán (dudando): O disminuído…
Colutti: ¿Cómo?
Guzmán: No conocemos las cifras…
Colutti: Es cierto… Tal vez seamos menos…
Guzmán: O pocos…
Colutti: Tan pocos como nosotros dos…
Guzmán: ¿Y él? (Gesto con la cabeza señalando al tumulto de cajas del rincón).
Colutti: Ya no cuenta.
Guzmán: Es una cifra al fin…
Colutti: Pero ya no cuenta, ya no puede temer.
Guzmán: En eso llevás razón, Colutti.
Colutti: ¿Vendrán?
Guzmán: ¿Qué te dijeron?
Colutti: Que venían.
Guzmán: Entonces habrá que esperar.

Baja la luz. Suena un tango de Cadícamo.

 

II ACTO

Se suben las luces hasta un mortecino lleno de sombras. Guzmán, apoyado la cabeza sobre sus brazos (los brazos sobre la mesa), duerme. Colutti mira el techo y parece hablar consigo mismo.
Un ruido despierta a Guzmán.

Guzmán (sobresaltado): ¿Llegaron?

Colutti, agarrado por sorpresa, da un respingo. No dice nada, mira con ansiedad y temor la puerta.
Guzmán se levanta, abre la puerta y mira.

Guzmán: Nada, el viento.
Colutti: O los susurros.
Guzmán: Y las dudas.

Guzmán se vuelve a sentar, juega con las manos sobre la mesa, parece aburrido.

Guzmán: Lástima que no tenemos radio…
Colutti (espantado): ¡¿No tenemos radio?!
Guzmán: Eso dijiste.
Colutti: Tal vez me equivoqué.

Colutti se para y rebusca entre las cajas que están cerca de la mesa.

Guzmán: Mejor no remover nada.

Colutti se paraliza.

Colutti: ¡Es cierto!
Guzmán: ¿Qué hacemos?
Colutti: Esperar.
Guzmán: ¿Y si nos vamos?

Colutti señala hacia el tumulto de cajas con la cabeza.

Guzmán (apesadumbrado): Cierto…

Silencio.

Guzmán: Pero si nos vamos, no violamos ninguna ley.
Colutti: Eso es verdad… Pero… ¿y si nos equivocamos?
Guzmán: Como decía Einstein, un tropezón no es caída.
Colutti: Yo, siempre que tropecé, caí.
Guzmán: Pero no caíste en el mismo instante en que tropezabas, sino que la caída es posterior. El tropezón es un traspié.
Colutti: Cierto, no lo había pensado nunca.
Guzmán: Pues en eso, mi querido Colutti, consiste la Relatividad. Cuestión de una energía dirigida hacia el suelo, que depende del peso y la aceleración del cuerpo tropezante y la disponibilidad de obstáculos o distracciones que coadyuven a provocar el incidente final con resultado de desparramo en suelos de distinta índole, donde ya tiene jurisdicción otra ley física de roces y resistencias.
Colutti: ¿Cómo sabés estas cosas?
Guzmán: Cuando yo mismo me formulo la misma pregunta, arribo a la misma e irrefutable respuesta: no lo sé.
Colutti (pensativo, luego un gesto de iluminación): ¡Claro! Primero hay que no saber para luego poder hacerlo. No se puede saber lo que ya se sabía con anterioridad…
Guzmán: Ni más ni menos. Es un área en la que el orden de los factores altera el producto. Así, tenemos sabihondos que han nacido sabiendo, por lo tanto, nunca han dejado de desconocer, porque nunca han aprendido. La ignorancia que poseen es tan abúndate que parece genialidad, por eso nos confunden.
Colutti: Esa es la ley de las apariencias de Russell, si no me equivoco.
Guzmán: No te equivocás en lo más mínimo, Colutti.

Silencio. El rostro de Colutti se va ensombreciendo, vuelve la mirada al tumulto de cajas.

Colutti: No podemos irnos (con un hilo de voz, apenas audible)… ¿y la culpa?
Guzmán: ¿Qué culpa?
Colutti (señalando con la cabeza el tumulto de cajas): ¡La culpa!
Guzmán: Nos acostumbraríamos.
Colutti: Vos sabés de eso, Guzmán.
Guzmán (con gesto de sorpresa): ¿Y eso?
Colutti (mirando a su alrededor): ¿Qué cosa?
Guzmán: Lo que me acabás de decir.
Colutti: ¿Qué dije?
Guzmán: Que yo sé de culpas.
Colutti: En todo caso, que no sabés de culpas.
Guzmán (algo impaciente, irritado): No entiendo.
Colutti: ¿Por qué estamos acá?
Guzmán (señalando hacia el tumulto de cajas con una mano, molesto): ¡Por la bendita espera!
Colutti: No me refiero sólo a eso.
Guzmán: ¿Y a qué te referís?
Colutti: A la habitación.
Guzmán: Explicate.

Colutti respira profundamente.

Colutti: De pronto recordé.
Guzmán: ¿Qué recordaste?
Colutti: El origen.
Guzmán (señalando otra vez con la mano hacia las cajas, sin mirarlas): ¿De eso?
Colutti: De las cajas.

Guzmán lo mira sin comprender, exigiéndole explicaciones con el gesto, con la mirada, con el tamborileo de dedos sobre la mesa.

Colutti: Nos íbamos a mudar.
Guzmán: ¿A dónde?
Colutti: Íbamos a dar el gran salto.
Guzmán: No te sigo, Colutti.
Colutti: Me dijiste: “Empaquetá, nos vamos a Brasil”.

Guzmán lo mira incrédulo a Colutti.

Colutti: Sí… ahora me acuerdo… “Empaquetá”, dijiste.
Guzmán: ¿Yo dije empaquetá?
Colutti: Sí…
Guzmán: ¿Qué hay en las cajas?

Colutti observa las cajas con curiosidad, intentando recordar.

Colutti: No me acuerdo… “Emapaquetá”… parece que lo oyera ahora, de nuevo, clarito… lo dijiste tan convencido… tan seguro…
Guzmán (tratando de hacer memoria): Lo oís clarito porque acabás de pronunciar la palabra. Es algo inevitable. De todas maneras, no me acuerdo…
Colutti: Yo sí… como si te viera… Y también dijiste: “Nos instalamos en Brasil”.
Guzmán: ¿Y qué íbamos a hacer a Brasil?
Colutti: Justificaste tu entusiasmo, tu seguridad, con un: “Nos instalamos en Brasil”.

Guzmán, fastidiado, impaciente, se levanta y se pone a caminar alrededor de la mesa.
Colutti se esfuerza por recordar.

Colutti: Fue antes, justo antes del anuncio oficial…

Guzmán sigue caminando, bufando cada dos o tres pasos, esperando una explicación.

Colutti (como recontando los sucesos, como ordenándolos en un orden cronológico): Nos instalamos en Brasil…
Colutti: ¡La mano de obra está más barata allá! ¡Eso dijiste!

Guzmán se para de repente, apoya las dos manos en la mesa, los brazos estirados, él parado, justo frente a Colutti.

Colutti: ¿Qué te pasa?
Guzmán: Ahora recuerdo…

Colutti parece aliviado. Guzmán cambia su gesto de enojo por uno de vergüenza.

Guzmán: Lo liquidamos todo…
Colutti: Todo… máquinas, papeles, mercadería…
Guzmán: Galpón…
Colutti: Todo.

Silencio. Siguen en la misma posición, se leen las miradas, parecen conversar con ellas.

Guzmán: Me patiné la guita….
Colutti: ¿En serio?
Guzmán: No estoy seguro…

Guzmán mira la mesa, la interroga.

Guzmán (señalando con un dedo, que golpea la mesa con bronca): Acá mismo… en esta mesa. A las cartas.
Colutti: Por eso estamos acá.
Guzmán: Por eso y por lo otro (leve gesto hacia el tumulto de cajas del rincón).

Colutti (con gesto triste, bajando la mirada y señalando con un ademán el tumulto): Me había olvidado de eso…
Guzmán: Perdón.
Colutti: ¿Por qué?
Guzmán: Por recordártelo.
Colutti: Hacía tanto que no oía la palabra perdón…
Guzmán: Yo tampoco.

Guzmán se sienta en su silla, como cansado.

Guzmán: ¿Y si llamamos?
Colutti: ¿A dónde?
Guzmán: Al Ministerio.
Colutti: No tenemos teléfono.
Guzmán: Cierto.

Silencio.

Colutti: ¿En tu habitación no tendrás?
Guzmán: ¿Qué?
Colutti: ¿Teléfono?
Guzmán: ¿Para qué?
Colutti: Eso, para qué (dice esto levantando con resignación la hojita). Ya van a venir.
Guzmán: Supongo.
Colutti: ¿No estás seguro?
Guzmán: No.
Colutti: ¿Nunca estuviste seguro?
Guzmán: Jamás.
Colutti: ¡¿Ni cuando te jugaste nuestra guita?!
Guzmán: Ahí menos que nunca.
Colutti (desganado, vencido): No lo entiendo.
Guzmán: ¿Qué no entendés?
Colutti: Esto… (Mira a su alrededor, con pena, resignación).
Guzmán (con igual gesto): Yo tampoco.

Silencio.

Colutti: ¿Y si pongo la radio?
Guzmán: Mejor, así no escuchamos los suspiros.
Colutti: Ni el viento.
Guzmán: Ni las dudas.

Colutti se levanta y se pone a buscar entre las cajas. Guzmán pone la pava sobre la estufa a calentar. Colutti lo mira y hace un gesto de aprobación.

Colutti: No la encuentro.
Guzmán: ¿Qué cosa?
Colutti: La radio.
Guzmán: No sabía que tuviéramos radio.
Colutti: Yo tampoco.

Colutti se sienta, desilusionado. Guzmán se queda al lado de la estufa.

Guzmán: Así que estamos acá por mi culpa…
Colutti: ¿Vos trajiste la plaga, Guzmán?
Guzmán: No lo sé… vos me dijiste que era culpable.
Colutti: No lo recuerdo, pero perdón.
Guzmán: Qué linda que suena esa palabra…
Colutti: ¿Viste? Hacía mucho que no la decía.
Guzmán: Yo tampoco.

Ruido leve, indefinido.

Colutti (descartando ideas): Fue el viento.
Guzmán: Y los susurros.
Colutti: Y las dudas.
Guzmán: ¿Y si hubiesen llegado, Colutti?

Guzmán vuelve a abrir la puerta. Colutti, expectante, lo mira desde la mesa.

Guzmán: No hay nada que hacer…
Colutti: Esperar.
Guzmán: A que lleguen.
Colutti: O a que pare el viento.
Guzmán: Los suspiros.
Colutti: Las dudas.

Silencio. Guzmán agarra la pava, la lleva a la mesa. Se sienta, toma un mate y le ceba uno a Colutti.

Guzmán: ¿Qué te dijeron?
Colutti: Que vendrían.
Guzmán: ¿Te informaron cuándo?
Colutti: No, tienen mucho trabajo.
Guzmán: Mucho…

Quedan pensativos, en silencio. Guzmán bosteza.

Colutti: ¡¿Estás mal?!
Guzmán (fastidiado): No, es sueño.
Colutti: Es uno de los síntomas.

Guzmán se para y se mira las manos bajo la luz.

Guzmán: No veo manchas.
Colutti: Yo tampoco.

Guzmán, más aliviado, se vuelve a sentar, sin dejar de mirarse las manos, y el pecho a través de la camisa.

Colutti: Debe ser el frío.
Guzmán: Eso, y el invierno.
Colutti: Sin duda.
Guzmán: ¡Por fin una certeza!
Colutti: Es cierto, como la muerte.
Guzmán (con gesto de encono): ¡Por favor!
Colutti: Perdón.
Guzmán: Hacía cuánto no oía esa palabra…
Colutti: Yo tampoco.
Guzmán: ¿Qué cosa?
Colutti: No lo sé.
Guzmán: Podríamos prender la radio y escuchar a Sosa…
Colutti: O a Razzano…
Guzmán: Razzano…
Colutti: Sí, el Oriental…
Guzmán: ¿Qué mes será Razzano?
Colutti: ¿Y eso?
Guzmán: Sosa es julio.
Colutti: ¿Julio Sosa?
Guzmán (señalando el calendario): ¡No! Sosa es el mes de julio
Colutti (dándose con la palma en la frente): ¡Claro!…. Razzano deber ser enero.
Guzmán: O febrero.
Colutti: Sí, Razzano es verano.
Guzmán: Sin dudas.
Colutti: ¡Por fin una certeza!
Guzmán: Es cierto…

Silencio.

Colutti: Buscalo.
Guzmán: ¿A quién?
Colutti: A Razzano.
Guzmán: ¿Dónde?
Colutti (señalando, con gesto de obviedad): En el calendario.
Guzmán: Después….

Silencio.

Guzmán: Prendela.
Colutti: ¿Qué?
Guzmán: La radio.

Colutti se levanta y rebusca entre las cajas.

Guzmán (al rato): ¿Qué buscás?
Colutti: No lo sé.
Guzmán: Ya no quedan certezas.

Colutti se va aproximando a la mesa y se sienta.

Colutti: Sólo dudas.
Guzmán: Y viento.
Colutti: Y susurros.
Guzmán: Espero que queden susurros.
Colutti: Yo también…

Silencio.

Colutti: ¿No quedaremos sólo nosotros dos?
Guzmán: No creo.

Se toman de la mano, se acercan hacia la puerta exterior y miran.

Colutti: Deben estar todos en sus casas.
Guzmán: Seguro…
Colutti: Por lo menos estamos juntos.

Se abrazan, se vuelven a la mesa, se sientan.

Guzmán: Menos mal…

Baja la luz. Suena un tango de Sosa o Razzano.

 

III ACTO

Suben las luces.
Guzmán está recostado sobre la mesa, parece dormido. Colutti está de pie, frente al almanaque.

Colutti (girándose, con gesto de enfado): Guzmán, no entiendo cómo podés dormirte en esta situación.
Guzmán: No estaba durmiendo, estaba concentrado con mis pensamientos.
Colutti: ¿Y cuáles eran esos pensamientos?
Guzmán (evasivo): No lo recuerdo con precisión, eran tantos… tan inconexos… a cuál de ellos menos importante.
Colutti: En definitiva, estabas durmiendo.
Guzmán (con arrepentimiento): Sí…

Silencio. Colutti mira con más detenimiento el almanaque. Se lo señala a Guzmán que lo observa con atención.

Colutti: ¿Habremos vivido ya estos días?
Guzmán: ¿Cuáles?
Colutti: Los de este calendario.
Guzmán: Algunos no, otros probablemente.
Colutti: ¿En qué año estamos?
Guzmán: No lo sé. ¿Qué dice el calendario?
Colutti: 1969, pero parece usado, hay unas marcas en los meses por venir.
Guzmán: Dejalo.

Guzmán se vuelve a controlar la temperatura de la pava. Colutti se sienta y murmura para sí mismo. Guzmán se sienta y comienza a cebar mates.

Colutti: Sería lindo escuchar la radio.
Guzmán: Eso ya lo dijiste.
Colutti: ¿En serio? ¿Cuándo?
Guzmán: En algún otro calendario.
Colutti: Es que estamos condenados a repetirnos.
Guzmán (desautorizando la opinión de Colutti con un gesto de la mano): Tomá el mate.

Guzmán: ¿No tenemos radio?

Colutti contesta con un movimiento de hombros (tiene la bombilla en la boca) que no sabe. Termina el mate, se para y rebusca entre las cajas.

Guzmán: Dejá, mejor no remover.
Colutti: ¿Por qué?

Guzmán indica con la cabeza hacia el tumulto de cajas.

Colutti: Cierto, me había olvidado de eso.
Guzmán: Perdón.
Colutti: Qué linda palabra…
Guzmán: ¿Cuál?
Colutti: Perdón.
Guzmán: ¿Por qué?
Colutti: ¿Por qué qué?
Guzmán: Me pedís perdón.
Colutti: No me acuerdo.

Silencio. Golpes en la puerta.
Guzmán, nervioso, se para y se dirige a la puerta. Se para a mitad de camino con gesto de pavor.

Guzmán: ¿Serán ellos?
Colutti (parándose): ¡Abrí la puerta!
Guzmán: Abrila vos.

Colutti se acerca a Guzmán.

Colutti: La abrimos los dos.

Abren la puerta. Un funcionario (pantalones, camisa, gorro y barbijo blancos), estirando la mano hacia los rostros Guzmán y Colutti, les muestra un papel.

Funcionario: Vengo a recoger un cuerpo.
Guzmán: Entre, no se quede ahí.
Colutti: Que hace frío.
Guzmán: Y que se cuela el viento.
Colutti: Y los susurros.
Guzmán: Y las dudas.

Entran. Cierran la puerta. Funcionario se queda junto a la mesa.

Funcionario: ¿Dónde está?

Guzmán señala con la mano hacia el tumulto de cajas del rincón.
El Funcionario va resuelto, mueve las cajas hasta que se queda quieto. Se pone en cuclillas, parece inspeccionar algo con detenimiento. Se levanta, se gira y se dirige a la mesa (quitándose el barbijo). Guzmán y Colutti se habían sentado y lo habían observado con interés.

Funcionario (apoyando las manos en la mesa y mirando alternativamente a uno y otro): No me lo puedo llevar.

Colutti mira a Guzmán sin saber qué hacer ni decir.
Guzmán estira la mano, agarra el papel y se lo muestra al funcionario.

Funcionario: Lo conozco, tengo una copia. Pero no me lo puedo llevar.
Colutti: Esto es sumamente irregular.
Guzmán: E indignante.
Colutti: Llevamos esperando mucho tiempo.
Guzmán: Demasiado.
Colutti: Soportando el viento.
Guzmán: Y los susurros.
Colutti: Y las dudas.
Guzmán: Eso, sobre todo las dudas.
Funcionario: Los siento, pero sólo me puedo llevar cuerpos, y allí sólo hay huesos.
Colutti: No puede ser.
Funcionario (indicando despectivo hacia el tumulto): Compruébelo usted mismo.
Guzmán: No le corresponde.
Funcionario: Allá ustedes…
Colutti: Pero… ¿Y el olor?
Funcionario: ¿Qué olor?
Guzmán: Eso, el olor.
Funcionario (impaciente, con ganas de irse): ¿Qué olor?
Colutti: A putrefacción.
Funcionario: Sólo hay olor a encierro, a humedad.
Guzmán: Lo habremos confundido.
Funcionario: Seguramente, son tiempos llenos de confusiones.
Guzmán: Y de dudas.
Colutti: Y de viento.
Guzmán: De susurros.
Funcionario (visiblemente harto): Necesito que me llenen este formulario.

Funcionario saca unos papeles arrugados del bolsillo interno del saco.
Guzmán los mira.

Guzmán: No sabemos el nombre (señala con la cabeza hacia el tumulto).
Funcionario: ¿Cómo que no lo saben?
Colutti: Estaba ahí.
Guzmán: Lo encontramos una tarde, o una mañana, ya no lo recuerdo.

Funcionario mira a Colutti.

Colutti: Yo tampoco puedo precisar más. Lo encontramos allí, tumbado.
Guzmán: Muerto.

Funcionario se acerca al tumulto de cajas. Hurga. Levanta un saco viejo. Cae un hueso, saca otro de dentro de la manga. Se acerca con el saco a la mesa y lo tira encima. Los tres lo miran. Funcionario comienza a revisar los bolsillos. Por fin saca una billetera, la abre.

Funcionario: Se llamaba Guzmán.
Guzmán (indignado, sorprendido): ¡Imposible!
Funcionario: Mire. (Le alcanza un carnet)

Guzmán lo inspecciona. Gesto de sorpresa, de temor.

Guzmán: Es cierto…
Colutti: A ver… (Guzmán se lo extiende).
Colutti: Sí, este es Guzmán… Pero… ¿entonces, quién sos vos?
Guzmán: No lo sé.

Guzmán busca en sus bolsillos. No encuentra nada.

Funcionario: Bueno, yo me voy, tengo mucho trabajo, como imaginarán.
Guzmán: No se puede ir así nomás.
Colutti: Queremos algunas respuestas.
Funcionario: Este no es tiempo de respuestas, ni de certezas.
Guzmán: Es cierto.
Colutti: Es tiempo de dudas.
Guzmán: Y de viento.
Funcionario (impaciente, interrumpiendo): Sí, y de susurros. Lo único que puedo hacer por ustedes, en vista de que si no enfermaron hasta el momento no creo que lo hagan, es relocalizarlos en el Sector C.
Guzmán: ¿Dónde está eso?
Funcionario: Afuera de la ciudad.
Guzmán: ¿Allí también están en cuarentena?
Funcionario: Algo así, es más una observación. El paso previo a la declaración oficial de negatividad bacteriana en el organismo.

Funcionario suelta unos papeles sobre la mesa. Colutti y Guzmán los miran y comienzan a rellenarlos.
Funcionario, mientras, mira y recorre la habitación.

Funcionario: ¿No tienen radio?
Colutti: Debe andar por ahí.
Guzmán: Busque.

Funcionario busca mientras Guzmán y Colutti terminan de rellenar.

Funcionario: No la encuentro.
Guzmán: ¿Qué cosa?
Funcionario: La radio.
Colutti: No tenemos.
Funcionario: Recién me dijeron que la buscara, que tenía que estar por aquí.
Guzmán: No lo recuerdo.
Funcionario (fastidiado, vuelve a la mesa): Bueno, ¿ya está?
Guzmán: ¿En qué año estamos?
Funcionario: ¿Importa?
Colutti: La verdad que no.
Funcionario: Deje el espacio en blanco.
Guzmán: En mi caso, el espacio del nombre también se va a quedar en blanco.
Funcionario: No importa, de todas formas vendrán mañana a buscarlos.

Guzmán y Colutti le entregan los papeles. Funcionario los revisa.

Funcionario: Una copia para mí (se la guarda en el bolsillo interno del saco), una para ustedes (se la entrega), una para el Ministerio de evacuación y reorganización de posibles negativos y, finalmente, una para la Secretaría de las Personas Físicas y Corpóreas. (Las últimas dos copias se las guarda en otro bolsillo).
Guzmán: ¿Vendrán mañana?
Funcionario: A más tardar pasado. No suelen tardar más de 48 horas, excepcionalmente 72.
Colutti: Entonces esperamos acá.
Funcionario: Veo que entienden (ya de camino a la puerta).
Guzmán: ¿Y qué hacemos con eso? (Gesto con la cabeza hacia el tumulto).
Funcionario: Déjenlo ahí.

Funcionario abre la puerta, saluda y se marcha. Colutti y Guzmán, sentados, van girando la cabeza lentamente, desde la puerta, hasta enfrentar sus miradas.

Colutti: Esperamos…
Guzmán: Hasta mañana…
Colutti: Eso mismo…
Guzmán (parándose): Voy a calentar agua.
Colutti (parándose): Voy a prender la radio.
Guzmán: Sí, la radio, así no escuchamos los susurros.
Colutti: Ni el viento.
Guzmán: Ni las dudas.

Se apagan las luces. De fondo se escucha ruido de estática, una voz que parece de un informativo.

 

IV ACTO

Se encienden las luces La radio sigue con su ruido. Colutti y Guzmán están sentados a la mesa.
Colutti gira la cabeza, de pronto, con violencia, y mira la puerta. Se vuelve otra vez hacia la radio, pensativo, inquieto. Se levanta bruscamente y apaga la radio. Se sienta. Se muestra inquieto, preocupado, intentando atar una idea que revolotea en el aire, o eso sugiere el baile de sus ojos.

Guzmán: ¿Qué te pasa?
Colutti: ¿A mí?
Guzmán: Claro.
Colutti: No está tan claro.
Guzmán: Es obvio, basta mirar el reloj para darse cuenta de la hora que es y su compatibilidad con la luz, es decir, con la claridad, con lo claro.
Colutti: El reloj no funciona.
Guzmán: Funciona, vos no lo entendés.
Colutti: Un reloj que no funciona es como Julio Sosa mudo.
Guzmán (acercándose a la mesa con el mate y la pava): Julio Sosa no es mudo.
Colutti: Es una metáfora.
Guzmán: ¿Qué?
Colutti: Lo que dije.
Guzmán: Eso mismo, ¿qué es?
Colutti: Una metáfora.
Guzmán (golpeando la mesa con un puño): ¡Y dale con la palabrita! ¡¿Qué es?!
Colutti: ¿La metáfora?
Guzmán: ¡Claro!
Colutti (dudando, pero intentando mostrarse seguro, algo superior): Es… lo que uno dice… cuando no puede explicar lo que dijo. Algo así.
Guzmán: Un engaño.
Colutti: Definitivamente no. Es una forma alternativa de decir, de explicar, de definir. Un símil (esto último lo dice bajito, dudando).
Guzmán: No te sigo.
Colutti: No hace falta que me sigas, no pienso moverme. (Silencio. Marlene Dietrich suena de fondo). Mirá, vos interpretás lo que dije a tu manera, yo a la mía y todos contentos.
Guzmán: ¿Qué dijiste?
Colutti: Lo de la metáfora.
Guzmán (sin interés): Ah…

Silencio. Guzmán se levanta y enciende la radio. Calienta agua y acerca el mate a la mesa. Marlene Dietrich de fondo, termina el tema rápidamente, comienza un tango, sólo se adivina una voz de mujer, imposible precisar más. Toman mate.

Guzmán: ¿Y después?
Colutti: ¿Después qué?
Guzmán: Después de la metáfora.
Colutti: Cambiemos de tema, haceme el favor.
Guzmán: Ves, lo que te decía, un engaño.

Siguen con el mate. En la radio suena ahora tango en la voz de Libertad Lamarque. Colutti mira hacia la puerta, con duda creciente, Guzmán hacia las cajas, su gesto es el que provoca no saber si se ha descubierto algo que era mejor dejar como estaba, o descubrir un error antiguo.
Por fin Guzmán habla. Hilo de voz, como quien tiene la boca seca.

Guzmán: ¿Un hombre puede ser una metáfora?
Colutti (tajante): No, jamás.
Guzmán (señalando hacia las cajas): ¿Y eso… ?
Colutti: No lo sé, tal vez cuando ya no se es, se puede ser.
Guzmán: ¿Qué?
Colutti: Metáfora.
Guzmán: Eso te preguntaba.
Colutti: Eso te respondía.
Guzmán (con un gesto de la mano descarta la pregunta): ¿Tardarán en venir?

Silencio. Colutti no escuchó lo último que dijo Guzmán. O fingió no hacerlo, lo cual es lo mismo, ya que el resultado es el mismo. Lo dicho queda sin respuesta, sin frase que copule para hacer diálogo.

Colutti (otra vez mirando la puerta): Tiene una rendija.
Guzmán: ¿De qué hablás?
Colutti: La puerta deja rendijas.
Guzmán: Es lo propio de toda puerta. Si no dejara rendijas habría un hueco enorme. Mejor las rendijas.
Colutti: Por las rendijas entra el aire.
Guzmán: Y el viento.
Colutti: Algo de luz.
Guzmán (Su voz es un hilo, casi bajito como no queriendo decir lo que dirá de todas maneras): Las dudas.
Colutti: Creo que las dudas vienen de otra parte.
Guzmán: Imposible. Ya habíamos acordado de dónde venían.
Colutti: Nunca lo discutimos.
Guzmán: Con ciertas cosas no hace falta. Es una metáfora, pero en la que estamos de acuerdo ambos.
Colutti: Como quieras. Lo que digo es que el Funcionario entró por ahí.
Guzmán: Es lo que corresponde a un señor notable. No pretenderás que entre por la ventana, como un fisgón.
Colutti: Digo que venía de afuera.
Guzmán: Empiezo a desconocerte. Para que entrara tenía que venir, forzosamente, de afuera. Es condición sine qua non.
Colutti: No hablo del movimiento y posicionamiento, sino de que el Funcionario vino de AFUERA, donde está el viento, y las dudas. Y yo no lo vi afectado…
Guzmán (va a decir algo y se detiene, cavila, mira hacia las cajas, luego hacia la puerta, por fin mira a Colutti): ¿Estás proponiendo que…?
Colutti: ¿Qué perdemos?
Guzmán: El Funcionario dijo esperáramos.
Colutti: Se puede dar el lujo de decirlo, él no lleva esperando… ¿Hace cuánto esperamos?
Guzmán: No lo sé.
Colutti: En todo caso, el suficiente.
Guzmán: ¿El suficiente para qué?
Colutti: Para dejar de hacerlo.
Colutti se dirige a la puerta, duda, mira hacia Guzmán, que sigue sentado. Abre la puerta y mira hacia afuera.
Guzmán: ¿Qué ves?
Colutti: La misma calle de siempre.
Guzmán: ¿Ves gente?
Colutti: No, pero hace frío y es de noche. Y este nunca fue un barrio muy movido, convengamos, ni durante el Carnaval.
Guzmán: ¿Ves luces en alguna parte?
Colutti: Me parece ver algo al final de la calle.
Guzmán: ¿Algo como qué?
Colutti: Como una luz. Acercate, vos tenés mejor vista.
Guzmán (lento, dudando cada paso, inseguro se acerca y mira, por detrás de Colutti que tiene prácticamente todo el cuerpo en la vereda, sólo se agarra del marco de la puerta con la mano derecha, el brazo extendido, como si se pudiera caer, como un último anclaje a la seguridad rudimentaria de la casa): Es cierto, se ve una claridad, un anuncio de luz, una intención lumínica, un atisbo, pequeño indicio, parpadeo, viaje de ondas.

Colutti lo mira con un gesto de reporche.

Guzmán: Son nervios, temor y… dudas. Y…mi irrefrenable tendencia a la búsqueda y posterior utilización de sinónimos.
Colutti: Ah… los sinónimos, maravillas del lenguaje; todo lo dicen, a todo se aplican.
Guzmán: Exacto. Uno le puede decir perfectamente a un hombre cualquiera, “su saco le queda sinónimamente”, y eso condensa todo agasajo, toda cortesía posibles.
Colutti: Sintético, conciso, al grano pero sin escatimar en belleza, en significado y sintaxis.
Guzmán: Específico, a la vez que universal; poliédrico, y amorfo, adaptable, moldeable.
Colutti: No juzga, apuntala.
Guzmán: Erige, establece… En una palabra, sinónima.
Colutti: Ni más ni menos.

Silencio. Se quedan contemplando hacia dentro, con satisfacción, con pereza, como a quien le sobra todo y no le falta nada.

Colutti (se suelta del marco de la puerta y sale a la mitad de la vereda): Vamos.
Guzmán: Pero…¿qué hacemos con…? (señala con un gesto hacia el interior).
Colutti: Si no se movió hasta ahora… Además, lo van a venir a buscar.
Guzmán: Por eso, justamente, tenemos que estar acá.
Colutti: No hace falta, el Funcionario tomó nota de la ubicación de …. las cajas. Ya cumplimos, y con creces, los requerimientos ministeriales.
Guzmán: Cierto. Pero aún así, ¿qué vamos a hacer?
Colutti: Caminar. Te acordás qué lindo era caminar.
Guzmán: Creo que sí.
Colutti: Vamos.
Guzmán: ¿A qué?
Colutti: A dejar de esperar.
Guzmán: ¿Y qué hacemos?
Colutti: No sé… buscamos…
Guzmán: ¿Qué?
Colutti: Lo que sea.
Guzmán( se da media vuelta, entra en la casa – en ese momento, el gesto de Colutti se tuerce, piensa que Guzmán se queda, pero pronto cambia el rictus -, apaga la luz, sale y cierra con llave la puerta): Bueno, vamos.

Caminan un corto trecho y Colutti se frena. Algo lo retiene. De pronto, mira hacia atrás. Su gesto es de terror.

Colutti: Nos siguen…
Guzmán (con espanto en su rostro; recién ahora se frena, no se había percatado de que Colutti si había detenido): ¿Quiénes?
Colutti: Las… dudas… (mira de soslayo hacia atrás, queriendo mirar pero temiendo hacerlo).
Guzmán: Imposible (aliviado, incluso algo altanero).
Colutti: ¿Por qué?
Guzmán: Las dudas siempre van por delante, es algo inherente a ellas. Como un caballo tira la carreta y no ésta del animal. Lógica deductiva por subyugación de semejantes.
Colutti: Ah… Me quedo más tranquilo.
Guzmán: Es la mejor de las opciones.

Silencio. Guzmán, (en voz baja dice con tono recriminatorio): A fin de cuentas, estamos acá afuera por vos. Pero claro, una vez que uno sale, ya forma parte del afuera, de los elementos que componen la exterioridad. Hay que embromarse, siempre conjuntos, intersecciones, fragmentos, partículas.

Colutti (todo este tiempo estuvo pensativo): Pero… ¿es que hay otras opciones? Es plural no miente. Confunde, amenaza con esa maraña de posibilidades. Pero no miente.
Guzmán: No, no hay otras opciones. Doble negación.
Colutti: ¿Y entonces por qué utilizaste el plural?
Guzmán: Queda mejor.
Colutti: Entonces, no hay opción. Hay predestinación.
Guzmán: No.
Colutti: ¡Esto es nefasto!
Guzmán: No veo por qué tiene que serlo.
Colutti (remarcando las palabras, la obviedad del hecho): No hay opciones.
Guzmán: Por lo tanto no hay dilema, por lo que se sigue que no existe lugar para la intranquilidad, para la confusión.
Colutti: Cierto. Si todo está resuelto de antemano, decidido, no hay nada que temer. ¡No participamos de la vida!
Guzmán: ¿Yo dije eso?
Colutti: Claro. Si no decidimos, estamos muertos. Si estamos muertos, no participamos de la vida. Si es así, se acabaron las preocupaciones.
Guzmán: No lo sé. Digo, si estamos muertos, tendremos las preocupaciones de los muertos. Sólo tenemos que aprenderlas.
Colutti: No sé nada de eso.
Guzmán: ¿De qué?
Colutti: De las preocupaciones de los muertos.
Guzmán: Eso es una contradicción: la preocupación es prerrogativa de los vivos.
Colutti: A ver si nos aclaramos, ¿estamos muertos o no?
Guzmán (le toma el pulso a Colutti): Vos no.
Colutti (le toma el pulso a Guzmán): Vos tampoco. De hecho, si yo fuera vos, me cuidaría la presión.
Guzmán (desechando con un gesto el consejo hipocrático): Bueno, dejemos que las dudas actúen, entonces, según las hermosas leyes de la probabilidad.
Colutti: Aunque necesitarán de la ayuda de nuestro avance; porque si van por delante, y se alejan, esas dudas pertenecerán a otros.
Guzmán: Eso no lo permito.
Colutti: Caminemos.
Guzmán: Marchemos, para que las dudas nos precedan, orgullosas de sus súbditos.

Comienzan a caminar.

Guzmán: ¿Te acordás del motivo?
Colutti: ¿Qué motivo?
Guzmán: Por el cual no salíamos.
Colutti: No.
Guzmán: Supongo que era la única opción que teníamos.
Colutti: Sí. Ahora es ésta.

Silencio

Colutti: Que sea lo que tenga que ser.
Guzmán (mirando hacia atrás): Voy a extrañar la radio.
Colutti: Cantemos nosotros.

Se bajan las luces. Cantan: “Gira” (Trozo: Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo ya no le importa….), de fondo la voz de Edmundo Rivero.

 

© Marcelo Wio

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