Adiós a nosotros

Voluntad y ventura (o pretensión, más bien; intención, objetivo, resultado) pocas veces coinciden; entre deseo y realización, la realidad se encarga de interponer sus condiciones (aquello que torpe e insolentemente solemos denominar obstáculos). Una pura teleología errada en la que el destino y nuestra negligente inmodestia imponen sus addendum inapelables.

Se encontraron una vez más a confabular palabras que se fingen definitivas. Se encontraron una vez más en esa esquina impersonal a decirse miraditas y desaires sin memoria de sus causas, razones. Se encontraron una vez más para confirmarse a sí mismos; uno el espejo del otro, una prueba de validación de la propia continuidad. Se encontraron una vez más para continuar creando la obligación, la necesidad, de encontrarse en esa esquina hecha de vicisitudes cambiantes e iguales.

Entre volición y desenlace, se van confeccionando reputaciones a partir de escasos elementos – algunas apariencias, un puñado de sagacidades que fácilmente se hacen pasar como inteligencias -, aunque uno sepa que sólo tienen un puro efecto exterior, expositor. Cada uno conoce los plagios que ha cometido y lo poco que sirven para explicarse a uno mismo, para argumentar contra los temores inveterados que somos, que provienen de la ilusión de invariabilidad que nos atribuimos, como si siempre fuésemos el mismo, inalterable; cuando en realidad somos múltiples Yo que van apareciendo y falleciendo.

Se encontraron una vez más para confundir las facilidades con las felicidades: lo simple de citarse, de recorrer las distancias distintas hasta esa esquina, de impostar circunstancias y verbos y adjetivos y sobreentendidos y gestos y sugerencias. Se encontraron una vez más para creer que la reiteración es prolongación, que repetir es perpetuar el instante original: aunque éste ni puede siquiera ser resucitado (ni por la memoria, que prepara coartadas y trampas que transforman el suceso en otro similar pero distinto), ni los que lo vivieron o provocaron pueden ser recuperados.

Y todo ese censo de futilidades, de solemnidades vulnerables, como si la enumeración revocara – o, al menos, apaciguara – la probabilidad de acaecimiento. Y aún así rebusca en memoria del unoúnico, una relación causal inequívoca, una explicación del por qué de la pregunta que no atinaba a formular.

Se encontraron una vez más porque antes de la gramática fue el sexo, y aún antes el verbo y el rumor; y antes de esto, el gesto, el temblor. Luego el afán de cronologías lo mezcló todo, y la historia es harto conocida: la vida está signada por el oxímoron, por la inevitable paradoja que nos lleva a preguntarnos las inquisiciones prudentemente equivocadas para evitar ciertas evidencias. Por eso se encontraron una vez más: encontrarse era una forma de no encontrarse pero con la ventaja de enfrentarse a la pregunta que cancelaba la esquina, las palabras confabuladas, las miraditas y los desaires; era una forma de obcecación: perpetuar lo que ya no existía pero que subsistía en la celebración de esa ceremonia retentiva.

Buscar proposiciones fáciles (o benévolas)… especulaciones maliciosas, aviesas, que son ciertas en tanto han sido pronunciadas-sancionadas, emitidas, declamadas, corroboradas por la repetición, homologadas por la creencia;

herramienta, instrumento, mecanismo, apero;
huida, fuga, evasión, deserción;
abalorios, espejitos, chismes, baratijas, pavaditas de nada;
razones esquilmadas y siempre acrecentadas
el asombro y el espanto de no saber intuyendo la otredad, el adiós

Se encontraron una vez más, como tantas otras veces para diferir la verdad, qué tanto; para excluir la propia exclusión, la cancelación de ese Yo que ya era tan Otro(s). Se encontraron una vez más a fingir que se reconocían; aunque la geografía de sus pasiones hubiese mutado sus contornos y orografías, saltado de estado (spin-flop); y el territorio fuese apenas un recuerdo de capas geológicas apenas identificables, donde podía más la voluntad interpretativa que la observación sincera. Imposible realizar el corte geológico, trazar el mapa de una región desdibujada, incierta. Se encontraron una vez más a invocar los apelativos cariñosos, las contraseñas lingüísticas de la complicidad que testimonia un pretérito común. Pero las voces se han acomodado a otras palabras y les cuesta horrores pronunciar los parlamentos de dos desconocidos que pretenden revelarse a través de ellas.

“… los efectos de la acción definida del cambio de las condiciones de vida; los de las llamadas variaciones espontáneas, que parecen depender de modo muy secundario de la naturaleza de las condiciones; los de la tendencia a reversión a caracteres perdidos desde hace mucho tiempo; los de las complejas leyes de crecimiento, como las de correlación, compensación, presión de una parte sobre otra, etc”.
“A esta conservación de las diferencias y variaciones individualmente favorables y la destrucción de las que son perjudiciales la he llamado yo selección natural o supervivencia de los más adecuados”.
“Nada vemos de estos cambios lentos y progresivos hasta que la mano del tiempo ha marcado el transcurso de las edades; y entonces, tan imperfecta es nuestra visión de las remotas edades geológicas, que vemos sólo que las formas orgánicas son ahora diferentes de lo que fueron en otro tiempo”.
El origen de las especies

 

Se encontraron una vez más a ensayar razones teológicas y argumentos Samuel Wilberforce y confusiones y falacias propias.

¿Cómo es posible no ver los cambios particulares y asegurar que a ciertos supuestos efectos le suponen unos ciertos supuestos cambios causales? ¿No se puede explicar el efecto como una entidad en sí misma, sin más origen que ella misma?

Se encontraron una vez más a desencontrarse definitivamente, porque la voz de ella (o él) – más probablemente la de los que eran ahora, no la de los que habían sido – comenzó a interponer palabras ajenas a esa esquina-encuentro-cenotafio: ¿No seremos, entonces, nosotros mismos entidades ajenas a nosotros mismos?

No tiene sentido – habría respondido el otro (él o ella, según quién hubiese hablado en primer término; aunque no necesariamente: la pregunta como una introducción a una respuesta con pretensiones de concilio), con una astilla de duda en el sustantivo.

Entidades que han cambiado, reteniendo aquellas variaciones favorables… Una entidad nueva, en sí misma; el hecho de derivar de otra, anterior, necesaria, no implica una continuidad sino, más bien, ruptura, renovación en la que se da la destrucción de los rasgos o características perjudiciales… Esa entidad no puede ser la misma.

No hubo respuesta – lo que en esa circunstancia equivaldría a un vano intento de retrasar lo irrebatible: los dos que se habían estado encontrando últimamente no se conocían, o se habían desconocido hacía un tiempo atrás. Como fuere, no tenían ningún compromiso adquirido con supuestos ascendientes: cada cual se encarga de que su memoria perdure o no a su manera; traspasarle esa carga a terceros sugiere que esa memoria no tiene elementos de interés para ser rememorados – más allá de la vanidad, que enmascara el temor a la muerte.

Se encontraron una vez más en esquinas distintas, sin saber a qué habían ido allí…

 

© Marcelo Wio

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