Lecicester, Glasgow y Twitter, o sobre la importancia del fútbol como campo de estudio social

 

La consecución de la Premier League inglesa por parte del Leicester City Football Club ha traído consigo no lo solo el lógico festejo de sus seguidores, sino una repercusión mayor, más allá del mero asombro mediático: muchos se identificaron con la victoria del club “chico”, conseguida a base de muchísimo esfuerzo, sacrificios y pasión – de esa que uno, a veces, cree desterrada del ámbito profesional -. Su logro fue sentido como el triunfo de esa esperanza pequeña que todos tenemos, de ganarle al “grande” no sólo un partido, sino la partida: es decir, poder hacer acopio de los elementos necesarios poder seguir creyendo que modestos presupuestos, aún pueden presentar algo más que una batalla digna pero sólo transitoria; que pueden ganarla.

Como todo hecho que contradice la monotonía de ricos campeones y de rutinas impuestas casi como reglas, también ha estimulado la rememoración de gestas pretéritas similares. Y, como se trata de un suceso que en muchos casos , y de manera inevitable, ha hecho repensar cómo se ha llegado a las desigualdades que conforman un monólogo de los “poderosos”, también ha estimulado el recuerdo de otras cuestiones ligadas al fútbol.

Así, el sociólogo y periodista argentino, Sergio Levinsky, recordaba en su cuenta de Twitter (@sergiole), que la Monfort University, vecina al estadio del club inglés, es una de las instituciones donde se estudia al fútbol desde las ciencias sociales.

Y ello conduce a resaltar la relevancia del estudio del fútbol desde las ciencias sociales, y también, su importancia para detectar y comprender eventos sociales: su estudio no sólo permite comprender lo que sucede dentro de dicho ámbito, sino, antes bien, ofrece una herramienta para abordar cuestiones sociales que el fútbol pone en evidencia o que exacerba.
Así, la “violencia en el fútbol” sería una manifestación social que evidentemente excede al ámbito deportivo – aunque muy a menudo se refiere a la misma como si se tratase de un suceso cuya causa es el propio fútbol (como si fuese un compartimento aislado), sin relación alguna con ningún aspecto social -.

De ahí, la necesidad de ahondar más en su estudio y, sobre todo, en la su difusión de las conclusiones y hallazgos de éstos, para que tanto políticos, funcionarios de seguridad, sociólogos y periodistas, no tengan la coartada burda del “desconocimiento” para seguir culpando al mensajero, para seguir “tratando al síntoma como si fuese la enfermedad”.

Quizás, uno de los rasgos sociales más estudiados en, y a través, del fútbol, sea el de la identidad. Así pues, intentaremos presentar cómo el fútbol deviene en elemento conformador de identidad, y cómo ésta, también termina por invadir el ámbito del fútbol con elementos extradeportivos.

 

Identidad

La definición más sucinta de identidad se puede encontrar en el diccionario de la Real Academia Español: “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”.

Pero iremos más allá de esta definición. Así, Émile Meyerson, según explicaba José Ferrater Mora, en su Diccionario de Filosofía, hablaba de la identidad como de una inevitable tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, esto es, a sacrificar la multiplicidad a la identidad con vistas a su explicación. Y, podría agregarse, a explicarse uno mismo, a reducirse a una mera partícula o porción de un todo que da significado: coincidir con uno y con los demás (con el grupo cercano). “Ser” es todo un desafío: afirmar el sujeto, el atributo. Como se ve, hay mucho más detrás de este concpeto.

De hecho, el filósofo alemán Ludwig Feurbach (Das Wesen des Christentums) decía: “La vida interior del hombre es la vida en relación con su especie”. Es decir, el hombre, así, sería más que el “yo”; o, más bien, precisaría más que el “yo” para ser: algo que lo ligue a la sociedad; es decir, la identidad. Y, al punto es tan importante la identidad, que ésta es “el centro de dos acciones indispensables para el equilibrio psíquico de la persona. La primera consiste en darse una imagen positiva de sí misma; la segunda, adaptarse al entorno donde vive la persona. Es lo que se denomina funciones de la identidad: una función de valoración de sí mismo y una función de adaptación” (El concepto de identidad, en Vivre ensemble autrement, dossier pedagógico perteneciente a una iniciativa de la Secretaría de Estado para lo Cooperación al Desarrollo de Bélgica).

Pero lo identitario no si limita a lo personal, al “yo” imbuido de unos rasgos compartidos que ofrecen una cierta seguridad en la sensación de pertenencia. Así, Gilberto Giménez, investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (La cultura como identidad y la identidad como cultura), afirmaba que los conceptos de cultura e identidad son conceptos estrechamente interrelacionados e indisociables en sociología y antropología. Y decía:

“En efecto, nuestra identidad sólo puede consistir en la apropiación distintiva de ciertos repertorios culturales que se encuentran en nuestro entorno social, en nuestro grupo o en nuestra sociedad. Lo cual resulta más claro todavía si se considera que la primera función de la identidad es marcar fronteras entre un nosotros y los “otros”… La identidad no es más que el lado subjetivo (o, mejor, intersubjetivo) de la cultura, la cultura interiorizada en forma específica, distintiva y contrastiva por los actores sociales en relación con otros actores”.
Y, claro, un hecho social que delinea fronteras respecto de un “otro/s”, suele servir muy bien como coartada o medio para ciertas pulsiones, a las dota de “justificación”, de cierta “legitimidad” ante los pares. Y en esa confusión o abstracción en que se transforma la identidad, se delegan las responsabilidades de los individuos en el conjunto: el ser detrás de la apariencia, del catálogo de gestos e idiosincrasias compartidas; un ser indistinguible y, por tanto, inimputable.

Precisamente, Giménez sostenía que “muchos de estos significados culturales (aquellos que son compartidos y relativamente duraderos en términos generacionales) compartidos pueden revestir también una gran fuerza motivacional y emotiva (como suele ocurrir en el campo religioso, por ejemplo). Además, frecuentemente tienden a desbordar un contexto particular para difundirse a contextos más amplios”.

Es decir, que podría afirmarse que el fútbol es un campo en el cual aquellos significados son revestidos de una mayor fuerza emotiva. Así, el fútbol brinda un contexto “ideal” para la manifestación de ciertos problemas sociales, dándoles una visibilidad que, de otra manera, acaso no tuvieran – y, que en más de un caso, no se quisiera darle -. Es decir, lo que sucede en un campo de fútbol, es indisociable de la cultura a la que pertenecen, de la que surgen, los sujetos que lleven a cabo la acción.

Esto, en cuanto al individuo. Pero, ¿qué ocurre con las identidades colectivas?

El propio Giménez comentaba que las identidades colectivas también tienen “la capacidad de diferenciarse de su entorno, de definir sus propios límites, de situarse en el interior de un campo y de mantener en el tiempo el sentido de tal diferencia y delimitación, es decir, de tener una ‘duración’ temporal”. Y citaba a Alberto Melucci (Challenging codes), que construye el concepto de identidad colectiva a partir de una teoría de la acción colectiva: “Ésta se concibe como un conjunto de prácticas sociales que: (a) involucran simultáneamente a cierto número de individuos o – en un nivel más complejo – de grupos; (b) exhiben características morfológicas similares en la contigüidad temporal y espacial; c) implican un campo de relaciones sociales, así como también d) la capacidad de la gente involucrada para conferir un sentido a lo que está haciendo o va a hacer”.

“Las pasiones y los sentimientos, el amor y el odio, la fe y el miedo forman parte de un cuerpo que actúa colectivamente, de modo particular en áreas de la vida social menos institucionalizadas, como aquellas donde se mueven los movimientos sociales” – decía Melucci. Por eso – resumía Giménez – la identidad colectiva nunca es enteramente negociable. En efecto, la participación en la acción colectiva comporta un sentido que no puede ser reducido al cálculo de costo-beneficio, ya que siempre moviliza también emociones.

 

El caso de la “Old Firm”: la rivalidad entre los clubes escoceses Rangers y Celtic, de la ciudad de Glasgow

 

“Hay algo en un campo de fútbol llamado un fanático-de 90 minutos, alguien que tiene un amigo de una religión opuesta que vive en la puerta de al lado. Pero durante 90 minutos, se gritarán un asqueroso abuso religioso el uno al otro…”, Lawrence Macintyre, Encargado de seguridad del Rangers FC

 

Un documento (An Examination of the Evidence on Sectarianism in Scotland; 2013) del Servicio Analítico de Justicia del gobierno de Escocia explicaba que, en términos generales, el sectarismo en Escocia se entiende como aquel comportamiento que se caracterizado por el histórico conflicto intra-cristiano, entre católicos y protestantes (la mayoría siendo la Iglesia de Escocia). Que los católicos en Escocia sufrieron prejuicios y discriminación em el pasado, y que se encontraban en desventaja socio-económica, no se disputa entre los estudiosos.
Mas, Steve Bruce, profesor de Sociología en la Universidad de Aberdeen, opina justo lo contrario. En un artículo (Scottish sectarianism? Let’s lay this myth to rest) publicado en el diario inglés The Guardian el 24 de abril de 2011, aseguraba que el sectarismo de Escocia “es un mito: popular en algunos lugares, pero, un mito, sin embargo”.

Pero un estudio de 2008 (Territoriality and Sectarianism in Glasgow), conducido por el Dr. Ross Deuchar (University of Strathclyde) y el Dr. Chris Holligan (University of the West of Scotland), remarcaba que la mayoría de los jóvenes estaban “extremadamente influidos por la cultura del fútbol y la rivalidad de la ‘Old Firm’ (‘Vieja Empresa’; que, según un artículo – El irresistible atractivo de un derbi con solera – publicado en la web de la FIFA, pretendía reflejar la extendida opinión de que ambos conjuntos se beneficiaban económicamente de la antipatía que se profesaban), que a menudo alimentó memorias del histórico conflicto vinculado a Irlanda del Norte”.

Además, una investigación realizada por un grupo de asesoramiento establecido por el Ministro para la Seguridad Comunitaria y Asuntos Legales de Escocia (Tackling Sectarianism and its Consequences in Scotland: Final Report of The Advisory Group on Tackling Sectarianism in Scotland – April 2015) publicado el 29 de mayo de 2015 en la página web del gobierno escocés, decía que el sectarismo en Escocia es “una mezcla de percepciones, actitudes, acciones y estructuras que involucran excluir, discriminar a otros o ser abusivo o violento contra otros”, así como pasar por alto estas actitudes, en base al origen confesional cristiano percibido. Y remarcaba que, si bien un importante caudal de evidencia corrobora consistentemente la evidente percepción de que sectarismo en Escocia está generalizado y es preocupante; es mucho menos clara la evidencia de su forma real, de su carácter y de su extensión. “Está claro que mucha gente en Escocia vive su vida sin ser alcanzada por el sectarismo, o que tiene formas de evitarlo. Sin embargo, existe clara evidencia de una minoría de escoceses que informa haber sido víctima del mismo, en el pasado y actualmente…”.

Este estudio, también realizaba una serie de recomendaciones, entre las que cabe destacar la que llamaba a una mayor comprensión de la relación entre el sectarismo y el fútbol.

 

1. Breve contexto histórico

Nil by Mouth , una ONG escocesa cuyo propósito es “lograr una sociedad libre de sectarismo”, refiere en su sitio web, que durante los siglos XVII y XVIII tuvo lugar el “conflicto entre los seguidores jacobitas del rey católico Jaime VII y las fuerzas del rey Guillermo y la reina María, que tomaron el trono en 1688 y que no eran católicos”. Posteriormente, ya en el siglo XIX, si bien la posibilidad de una invasión jacobita había disminuido, “el conflicto sectario persistió a consecuencia de la inmigración de los que escapaban de la hambruna en Irlanda (tradicionalmente un país católico) y buscaban instalarse y trabajar en Escocia (mayormente protestante)”.

Esta oleada inmigratoria, se explicaba en un artículo (Rangers and Celtic: Disunited they stand) publicado por el diario inglés The Independent (8/3/2011), provocó un sentimiento anti-católico en el oeste de Escocia.

La ONG escocesa comentaba que, varios clubes deportivos fueron fundados como puntos nucleares para estas comunidades irlandesas, como el Celtic Football Club en Glasgow, 1887; o el Hibernian Football Club en Edimburgo, en 1875.

El Celtic, comentaba Ben Mackay (Are you Rangers or Celtic? The history of sectarianism and football in Scotland; 22 de febrero de 2015, Clarity News), fue fundado por el Hermano Walfrid, un monje católico que quería aliviar la pobreza del East End de Glasgow y “ para mantener a los jóvenes católicos alejados de los comedores protestantes”.

En tanto, el Rangers FC, fundado en 1873, nació sin motivaciones religiosas. La idea de que el Rangers es un club “protestante” vino después. Según el artículo del Independent, fue tamaño, su éxito, y su ubicación el sur de la ciudad, lo convirtieron en el club detrás del cual se encolumnó la mayoría protestante, para enfrentar al Celtic.

Religión y política se apropiaban así, del espacio del fútbol para expresar sus discrepancias, sus enfrentamientos.

De hecho, Mackay relataba que al principio no existía la rivalidad acérrima que iría conformándose después, y que iría haciéndose más amarga con el paso de los años y a medida que cada equipo quedó adherido a su identidad religiosa. Rangers y Celtic se vieron influidos por las identidades religiosas de la mayoría de sus hinchas – convirtiéndose así en el club ‘protestante’ y el club ‘católico’ respectivamente -, y a la vez, influyeron en las identidades de sus seguidores: a quién apoyaban influía en el orgullo, identidad y valores del individuo.
Pero, aclaraba Mackay, “si bien las divisiones pueden haber comenzados principalmente como religiosas, también devinieron altamente políticas”.

 

2. Fútbol, identidad, y su utilización política y religiosa

Daniel Burdsey y Robert Chappell, de la Brunel University, del Reino Unido, afirmaban (Soldiers, sashes and shamrocks: Football and social identity in Scotland and Northern Ireland) que hay que destacar el continuado papel del fútbol en el proceso de construcción y mantenimiento de la identidad desde tiempos remotos (cuando era algo muy distinto del deporte que es hoy en día).

Y añadían que, aunque algunas personas buscan la competición deportiva exclusivamente por su valor intrínseco, es importante reconocer que para muchos otros, el deporte, y en especial el fútbol, juega un papel mucho más importante en sus vidas. Así, citaban a J. Coelho, que resaltaba cómo “los equipos de fútbol adquieren una vasta y compleja significación y simbolismo sociales que terminan por superar el simple resultado de una competición deportiva”.

Y es que, como remarcaban John Sugden y Alan Tomlinson (Hosts and Champions: Soccer Cultures, National Identities and the USA World Cup), el deporte, en muchos casos, “informa sobre y renueva la memoria popular de las comunidades, y ofrece una fuente colectiva de identificación y expresión comunitaria para aquellos que siguen a equipos”. En este sentido, Jeremy MacClancy (Sport, identity and ethnicity) sugería que los deportes “son vehículos de identidad, proveyendo a la gente con un sentido de diferenciación y una manera de clasificarse a sí mismos y a otros”.

Así, comentaban Burdsey y Chappel, apoyar a un equipo de fútbol particular, no sólo ayuda a sentir una identidad compartida con los pares, sino que funge como medio para diferenciarse de otros grupos. “En muchos casos, la identificación con un equipo en particular indica qué o quién uno es; e, igualmente importante, qué o quién uno no es”, resumían; y citaban a Brainer y Shirlow, que proponía que “apoyar a un equipo de fútbol permite a los hinchas expresar su oposición a identidades rivales, mientras celebran la propia”.

Para ello, el fútbol debe ocupar un lugar prioritario o, cuanto menos, relevante en las preferencias de una sociedad dada.

Pero, para Steve Bruce, “la mayoría de los escoceses no son aficionados al futbol”, y, además, “la mayoría de los aficionados no apoyan al Rangers y al Celtic”. Algo que vendría a echar por tierra una amplia cantidad de investigaciones y ensayos. Uno de ellos, precisamente, el de Burdsey y Robert Chappell, que explicaban que dentro de la mayor parte de las sociedades existe una variedad de medios a través de los cuales la identidad social puede ser expresada y que, para muchos grupos (especialmente, las minorías), el fútbol puede ser la única o, al menos, la principal, válvula de escape para tales sentimientos. “Y este es, ciertamente, el caso en… Escocia e Irlanda del Norte. El fútbol es utilizado como forum de expresión de identidad social”, afirmaban.

Y ampliaban diciendo que “la lealtad futbolística juega una parte significativa en las respectivas identidades sociales para protestantes y católicos en estos países (Escocia e Irlanda del Norte).”
Es decir, el fútbol, brindaría así un contexto, un ámbito de expresión, de escenificación, de cuestiones y mecanismos sociales que de otra manera, muy probablemente permanecerían “ocultos” a la mirada cotidiana. Este marco, pues, pondría en evidencia (a la vez que serviría como una suerte de reservorio y amplificador de sentimientos,) aspectos sociales “esquivos”, a problemáticas preexistentes que, en su versión más extrema, se manifiestan de manera violenta (esa violencia que se esquiva restringiéndola a un fenómeno exclusivamente “futbolístico”); además de ofrecer un ámbito – especialmente la grada – muy particular para ciertas desinhibiciones, para una no siempre sutil ruptura con las “reglas” que regulan las relaciones cotidianas.

Justamente, Burdsey y Chappell referían que con el Celtic y los Rangers – los clubes con las más fuertes tradiciones político-religiosas en Escocia -, el fútbol parece ser utilizado como guardián y promotor de identidad la identidad histórica asumida por estos clubes. Y, añadían, la manera más efectiva en que los hinchas de fútbol pueden articular los elementos de su identidad es a través de su comportamiento en un partido de fútbol, ya que no sólo se encuentran juntos individuos similares, sino que se encuentra el “otro”, “lo que brinda a ambos grupos de hinchas un ambiente relativamente seguro – en la Argentina, por ejemplo, ni eso – en el cual pueden expresar los aspectos de su identidad y comportarse de una manera que no sería socialmente aceptable en otro lugar”.

El fútbol devenido en algo así como un “corralito”, y en un canal de expresión para la afición, o facciones (muy visibles, que suelen actuar con la anuencia o silencio de la mayoría) de la misma, que operarían como un reflejo o como un testimonio de cuestiones sociales más profundas. De esta manera, podría incluso llegar a funcionar como coartada involuntaria de ciertos comportamientos a los que arranca de la marginalidad, del ostracismo, y echa en pleno rostro a la sociedad que, por lo general, se hace la desentendida, encubriendo la realidad con interpretaciones y eslóganes fraudulentos y vacuos: la “violencia del fútbol”, el “problema del fútbol”.

En este sentido, Brian Phillips (The Scotish Play, Celtic vs. Rangers, and what happens when a sports rivalry gets completely out of hand; Slate, 23 de marzo de 2011) apuntaba al corazón del problema: “Ahora, politicos, la policía, los medios y la iglesia están exigiendo un cambio. Pero la rivalidad [entre el Rangers y el Celtic] refleja tensiones sociales que nadie ha hecho tanto por fomentar como las propias instituciones sociales que ahora culpan al fútbol por los males del país… Que los políticos y curas lancen un J’accuse contra los clubes, mientras ignoran las formas en que sus propios predecesores alimentaron ese mismo conflicto, es tratar un síntoma como si fuese la enfermedad”.

Y la prensa repite, tan cómodamente: “la violencia del fútbol”. Y todos tan contentos: localizado el “problema”, prudentemente vestidos de todos de “moral” y “corrección”…

 

Finalizando

Comentaba Levinsky, en una oportunidad, que durante los años 1990, desde Argentina, se buscó asesoramiento en Inglaterra para atajar la violencia en el fútbol. La respuesta que llegó fue evidente (menos, claro está, para quienes creían que toda violencia es la misma, en tanto y en cuanto se manifieste en las gradas o en los aledaños de un estadio de fútbol; es decir, que la violencia se circunscribe exclusivamente a ese ámbito): los contextos no son los mismos, las causas no son las mismas. Es decir, las sociedades que engendran esa violencia, no son las mismas.

Así, estudiar al fútbol desde las ciencias sociales es, dada la relevancia de este deporte a nivel internacional, de suma relevancia, porque por intermediación suya existe la posibilidad de comprender diversos hechos sociales, así como detectar problemáticas que no se evidencian cotidianamente.

Precisamente, Daniel Burdsey y Robert Chappell decían que sería interesante llevar a cabo un estudio etnográfico del fútbol. Los académicos se referían al ámbito de su estudio (Irlanda del Norte y Escocia), pero sin duda su inquietud cuya escala trasciende aquél ámbito, puesto que proponían un estudio con un acercamiento particularmente centrado en las historias vida/ la historia oral, con el fin de examinar las interpretaciones y reflexiones personales de individuos sobre el fútbol en contextos particulares: qué papel juega en sus vidas, qué les aporta en términos sociales, qué les exige en dichos términos; qué les evidencia.

 

 

Publicado originalmente en Ni más ni menos

 

 

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